Inés Arrimadas es
una de las voces más puras y cristalinas que resuenan hoy día en el patio de
vecindonas en el que se ha convertido nuestra clase política. El predicamento actual
de Ciudadanos en todo el país ha sido propulsado, de acuerdo, con cash fresco del Ibex y con el apoyo
resuelto, más allá del cumplimiento estricto del deber, por parte de un medio
de comunicación (entre otros) tan significado como elpais. Pero sin la
presencia de esta mujer y sin su fuerza de convicción para expresar
determinadas verdades de orden primario que obviaban sin remordimientos los
astutos influencers del
independentismo catalán (la firma publicitaria Puigdemont, Forcadell &
Romeva), todo el complejo tinglado financiero montado para situar a Rivera en
el escaparate se habría venido abajo en cuatro minutos.
Sin las castañas
esforzadamente sacadas del fuego por Arrimadas, Rivera no habría sido más que fake news, un nuevo cometa al estilo de
Rosa Díez. Arrimadas me inspira respeto y admiración, lo cual no significa que
la vote, claro está; de hecho, defiende y representa casi todas las cosas que
aborrezco.
Y sin embargo, me
parece una suerte para todos nosotros que esté en la política. Tiene una forma
directa y convincente de llamar al pan pan, y al vino vino. Sin tapujos. Y la
razón para tal cosa no es que ella desprecie los tapujos y se niegue a servirse
de ellos, sino que su inocencia política es tanta que aún no tiene claro el
modo de empleo. Ya aprenderá, por desgracia para nosotros, porque es espabilada
y tiene delante algunos maestros en recrearse en la suerte del tapujo, ese arte
de birlibirloque como lo habría llamado Bergamín.
Todo este preámbulo
viene a cuento de que Arrimadas ha manifestado que su formación no va a respaldar
la huelga del próximo 8 de marzo, día de la Mujer Trabajadora. No está ella del
todo en contra de eliminar la brecha salarial entre varones y mujeres, y
tampoco le parecería decididamente mal combatir la violencia de género. Pero
hay una cuestión en la que no transige: algunas de las reivindicaciones de la
convocatoria van contra el capitalismo. Tal cual.
Y eso, no.
En tiempos, era la
doctrina de la Iglesia lo que frenaba a las devotas en sus reivindicaciones
laborales y/o familiares. Desde los púlpitos se daba por descontado que cinco avemarías y una
salve rezadas a tiempo abrirían la billetera del patrón y detendrían en el aire
el bofetón rabioso del cortejo/novio/marido, con más eficacia que una actitud respondona y
descarada que no podía en forma alguna agradar al Señor que está en lo alto.
Los tiempos cambian.
Los señores que están en lo alto son hoy en día los consejeros de
administración, asesores financieros, lobistas y esa fauna promiscua perteneciente
a la multinacional Dinero SL, que transita en el día a día por las puertas
giratorias. A ellos no les gustan cosas tales como una huelga por cuestiones de
una desigualdad más o menos. La idea de fondo en la que se basan la expresó el
otro día Mariano Rajoy, valiéndose de un tapujo de manual: «No nos metamos en estas
cosas.»
Cuarenta y ocho
horas después, Inés Arrimadas acierta a dibujar la misma realidad de forma
mucho más nítida: «Es que eso va contra el capitalismo.»
Tomen ustedes nota.