De izquierda a derecha, Tovar, Paco Rodríguez (de
pie, aplaudiendo), Luis Moscoso, Robert Alcaraz, un compañero cuyo nombre
lamento no recordar, Antonio Quijada y Luis Perdiguero. (Foto: Montse Brugué)
Una forma adecuada de
recordar a Marcelino Camacho, de cuyo nacimiento acaban de cumplirse los cien
años, es hacer memoria de lo que él trajo de la mano: la transición del
movimiento sindical ilegal de las comisiones de fábrica a un sindicato de
trabajadores amplio, abierto, legal y rabiosamente reivindicativo.
Cierto que
Marcelino no estuvo solo en esa tarea. En Cataluña contábamos con los ya veteranos,
aunque en absoluto ancianos, Cipriano García, Ángel Rozas o Tito Márquez, además
de jovenzuelos como Domingo Linde y José Luis López Bulla, un chaval de Mataró que
“bullía” efectivamente de ideas y de iniciativas; tanto, que algunos creían que
Bulla era mote, y no apellido.
Y cuando buscábamos
alimento teórico para la práctica que estábamos emprendiendo, recurríamos a las
ediciones baratas que entonces aparecían de textos de Nico Sartorius o de
Julián Ariza.
Pero Marcelino daba
el punto último de autoridad, de respeto a la limpieza de una trayectoria
inequívoca. Él fue el “obrero tipo”; y su cabello entrecano, su gesto resuelto
y el legendario jersey de cuello alto tejido a mano por Josefina, devinieron en
iconos del nuevo movimiento obrero. Marcelino asumió en su persona la representación
de toda una clase social tan explotada, como combativa y esperanzada.
Un símbolo que no
ha tenido sucesión, por razones complejas y no siempre explicables. Marcelino
fue síntesis y resumen de una realidad muy amplia, pero no ha habido ninguna otra
síntesis que sucediera de forma natural a aquella primera y poderosa.
La fotografía que
encabeza este post se remonta a 1976 o 1977, los primeros tanteos en la
legalidad del sindicato de Gráficas de Comisiones Obreras. Aún no se había
creado la Federación catalana, cuya dirección recaería en Luis Moscoso, el
hombre que representaba el enlace entre los dirigentes de la clandestinidad y
las nuevas generaciones. Yo mismo pasé a ocupar la secretaría del sindicato de
Barcelona, porque Luis Perdiguero, nuestro líder indiscutible, hubo de marchar
a cumplir con la mili; tan joven era.
Con los tres
citados aparecen además otros dirigentes. No hay ninguna mujer, se advierte a
primera vista, aunque fue una mujer, Montse Brugué, quien hizo la foto, posiblemente
después de haber estado en la mesa de aquella asamblea por la libertad sindical
y la unidad de los trabajadores. Pero entonces las cosas eran como eran, tanto
fuera como dentro de las estructuras sindicales, y las mujeres no abundaban en
la primera línea del frente. Los prejuicios de género, pesados como losas, les
cerraban el paso hacia las posiciones de liderazgo que sin duda merecían.
Entre los que no
están ahí, porque llegaron algo más tarde, pero contribuyeron de forma decisiva
a la consolidación de la Federación catalana del Papel y las Artes Gráficas,
destacan en mi memoria de forma especial Juan López Lafuente y Enrique
Domínguez, dos sabios de larguísima trayectoria, y los tres jóvenes que ingresaron
juntos desde las filas de la CNT, Antonio Duño, Camilo Ramos y Fernando Lezcano,
el primero un organizador eficacísimo, y los otros dos, cuadros importantes por
su capacidad política y de planteamiento estratégico.
Luego ya, vinieron
otros muchos; tantos, que resulta imposible nombrarlos a todos. Ellos y
nosotros conjuntamente fuimos la herencia que dejó a las clases trabajadoras nuestro
dirigente-símbolo, Marcelino Camacho.