El vistoso show
mediático del candidato Puigdemont ha continuado con una sesión de simultáneas en
Copenhague (sala de actos de la Universidad) y Barcelona (sede del Parlament,
donde el nuevo president Roger Torrent le ha ungido papable a pesar de las
imposibilidades).
Todo un alarde de
ubicuidad, pero con truco. De un lado la unción de Torrent es probablemente
solo un protocolo: se respeta exteriormente la legitimidad identitaria esgrimida
por el sector trabucaire del
independentismo (la expresión es de Andreu Claret; lean el artículo de opinión
de Enric Juliana en lavanguardia de hoy), sin que tal cosa impida por otra
parte maniobras florentinas de mayor
envergadura, que aflorarán en el momento en que quede claro que lo que no puede
ser no puede ser, y además es imposible.
Pero ahí queda eso,
en el mientras tanto. Puchi se apunta una nueva muesca en la culata de su
revólver. Ya que no el sillón de la presidencia de la Generalitat, ocupa las
portadas de los telediarios, y exacerba de paso las furias de los fiscales con una
ágil voltereta sin red entre Bruselas y Copenhague. Es algo que ya habíamos
visto en el cine mudo: las carreras de un Chaplin en apuros perseguido por los
Keystone Cops, una jauría de policías torpes que tropiezan entre ellos y
descarrilan en el afán de darle alcance.
El público siempre
agradece un remake de los clásicos.
Lo de la
Universidad de Copenhague obedece a la misma pirotecnia visual. Marlene Wind,
profesora de la institución y directora del Centro de Política Europea, afirma
que nadie lo invitó, que la Universidad se limitó a darle una hospitalidad
solicitada desde su entorno. Comenta Wind que Puigdemont les «tomó como rehenes
de su circo». De no haberle hecho ella algunas preguntas difíciles de contestar
sobre el proceso independentista y la democracia, aquello habría sido «un acto
de pura propaganda».
Quiere decir la
profesora Wind que quienes ocuparon la platea de la sala universitaria no
fueron – como se intenta hacernos creer – ciudadanos daneses dispuestos a reparar
injusticias presentes o históricas de una pequeña nación amiga victimada, sino
una claca incondicional convocada al efecto por el legítimo No President.
Puchi alegó ante las cámaras, en defensa de su
postura, el hecho de que en España quedan aún muchos residuos del franquismo. Es
cierto con toda evidencia; pero no es una respuesta a lo que se le preguntaba.
Los residuos del franquismo nos sobran a todos, en Cataluña y en cualquier otro
lugar; pero las reglas democráticas existen, y quien se las salta rompe la
convivencia (la convivencia democrática, no la convivencia franquista, que es
hoy por hoy un fantasma inexistente). Alegar que de lo que yo hago por mi
cuenta y riesgo tienen la culpa “los otros”, en el presente caso una parte muy
mínima del muy voluminoso grupo de todos
los otros, no es de recibo.
Así transcurrió la
jornada del último saltimbanqui del mundo occidental entre el Parlament de
Barcelona y la Universidad de Copenhague, escenarios simultáneos de su nueva
pirueta. Se hubiera rizado el rizo de haber accedido el juez Llarena a la petición
de los fiscales de la Keystone para renovar la euroorden de detención.
Llarena no cayó en
la provocación. Es un hombre sobrio. Ha preferido dejar que la estrella fugaz
Puigdemont siga sin estorbo su espléndida trayectoria luminosa hacia ninguna
parte.