martes, 23 de enero de 2018

ESTRELLAS FUGACES


El vistoso show mediático del candidato Puigdemont ha continuado con una sesión de simultáneas en Copenhague (sala de actos de la Universidad) y Barcelona (sede del Parlament, donde el nuevo president Roger Torrent le ha ungido papable a pesar de las imposibilidades).
Todo un alarde de ubicuidad, pero con truco. De un lado la unción de Torrent es probablemente solo un protocolo: se respeta exteriormente la legitimidad identitaria esgrimida por el sector trabucaire del independentismo (la expresión es de Andreu Claret; lean el artículo de opinión de Enric Juliana en lavanguardia de hoy), sin que tal cosa impida por otra parte maniobras florentinas de mayor envergadura, que aflorarán en el momento en que quede claro que lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible.
Pero ahí queda eso, en el mientras tanto. Puchi se apunta una nueva muesca en la culata de su revólver. Ya que no el sillón de la presidencia de la Generalitat, ocupa las portadas de los telediarios, y exacerba de paso las furias de los fiscales con una ágil voltereta sin red entre Bruselas y Copenhague. Es algo que ya habíamos visto en el cine mudo: las carreras de un Chaplin en apuros perseguido por los Keystone Cops, una jauría de policías torpes que tropiezan entre ellos y descarrilan en el afán de darle alcance.
El público siempre agradece un remake de los clásicos.
Lo de la Universidad de Copenhague obedece a la misma pirotecnia visual. Marlene Wind, profesora de la institución y directora del Centro de Política Europea, afirma que nadie lo invitó, que la Universidad se limitó a darle una hospitalidad solicitada desde su entorno. Comenta Wind que Puigdemont les «tomó como rehenes de su circo». De no haberle hecho ella algunas preguntas difíciles de contestar sobre el proceso independentista y la democracia, aquello habría sido «un acto de pura propaganda».
Quiere decir la profesora Wind que quienes ocuparon la platea de la sala universitaria no fueron – como se intenta hacernos creer – ciudadanos daneses dispuestos a reparar injusticias presentes o históricas de una pequeña nación amiga victimada, sino una claca incondicional convocada al efecto por el legítimo No President.
 Puchi alegó ante las cámaras, en defensa de su postura, el hecho de que en España quedan aún muchos residuos del franquismo. Es cierto con toda evidencia; pero no es una respuesta a lo que se le preguntaba. Los residuos del franquismo nos sobran a todos, en Cataluña y en cualquier otro lugar; pero las reglas democráticas existen, y quien se las salta rompe la convivencia (la convivencia democrática, no la convivencia franquista, que es hoy por hoy un fantasma inexistente). Alegar que de lo que yo hago por mi cuenta y riesgo tienen la culpa “los otros”, en el presente caso una parte muy mínima del muy voluminoso grupo de  todos los otros, no es de recibo.
Así transcurrió la jornada del último saltimbanqui del mundo occidental entre el Parlament de Barcelona y la Universidad de Copenhague, escenarios simultáneos de su nueva pirueta. Se hubiera rizado el rizo de haber accedido el juez Llarena a la petición de los fiscales de la Keystone para renovar la euroorden de detención.
Llarena no cayó en la provocación. Es un hombre sobrio. Ha preferido dejar que la estrella fugaz Puigdemont siga sin estorbo su espléndida trayectoria luminosa hacia ninguna parte.