miércoles, 8 de junio de 2022

GLORIA A SIR UINSTÓN


A pesar de sus alardes parlamentarios, Sir Uinstón nunca llegó a beberse el cianuro que le había sido recetado.

 

Ahora mismo, y si se examina la cuestión en diagonal, la política y la cultura parecen seguir caminos divergentes. Expresado con crudeza: o se es político, o se es culto. La unidad operativa que maneja la persona culta es el dato; la del político al uso, es el relato. Por ejemplo, Isabel Díaz Ayuso ha montado sobre la Historia de España un galimatías heroico sin mayores puntos de contacto con la realidad tal como ha quedado establecida a través de documentos, cronicones y certezas de orden arqueológico (¿sospecha IDA siquiera, por poner un ejemplo, que el Cid estuvo al servicio del rey moro de Zaragoza?) Alberto Núñez Feijoo, por su parte, ha mostrado que la ciencia económica puede quedar reducida a una fantasía etérea, ya desde su primera aparición en el Senado. Ambos han construido sus relatos a priori, de acuerdo con premisas sin contrastar que les parecieron favorecedoras. Y una vez acabado el constructo, lo han encajado, como se encajaba en otros tiempos el cilindro en una pianola (ambos líderes tendrían serios apuros para explicar en público qué es una pianola, dicho sea de pasada) en el contexto que tenían a mano. Han soltado la retahíla y, mientras lo hacían, miraban hacia la bancada de sus fieles con un aire satisfecho de “ahí queda eso”, y alternativamente con desafío a la bancada rival, con la expresión indicada para el “chúpate esa”.

Después de soltada la metralla, nuestros políticos de la derecha ya no discuten, los argumentarios han quedado desfasados en la comparecencia institucional. De modo que cuando Yolanda Díaz, una política bastante atípica, se levanta de su escaño y anuncia con aire pedagógico “le voy a dar dos datos…”, ellos se limitan a escucharla meneando incrédulos la cabeza (¿a quién se le ocurre dar datos en política?). Los interpelados más agresivos fulminan a Díaz con la mirada y dejan entrever lo que están pensando: “¿Dos datos? Dos buenas hostias te daba yo…”

Olviden lo anterior, se lo ruego, y hagan un acto de fe en la cultura de la política. Existe. Más aún, por lejanos que parezcan los dos términos en los shows parlamentarios y en las ocurrencias electoralistas de campaña, hay una relación íntima entre política y cultura. La política forma parte de ese bagaje imprescindible que llamamos cultura y llevamos con nosotros desde que aprendemos de muy niños el uso de las palabras y el control de las sensaciones. Y viceversa, la cultura tiene siempre – escuchen bien, siempre – un sentido y una intención claramente políticos. Políticos en sentido recto, no torticero; valga la aclaración.

Se supone con poco fundamento que la política es, en democracia, un no man’s land minado en el que solo vale la opinión de parte, y el voto es la única unidad de medida de la razón de cada cual. No es así, aunque siempre y en todas partes ha habido debates acalorados y pasados de revoluciones. Una dama laborista británica concibió durante un debate parlamentario un asco tan grande por las opiniones ultraconservadoras que expresaba el joven tory lord Churchill, que le anunció que si tuviera la desgracia de ser su esposa, le pondría cianuro en el café. “¡Si yo tuviera la desgracia de ser su marido, señora, me bebería sin dudarlo ese café!”, respondió Sir Uinstón.

Pero ninguno de los dos hablaba en serio. Fue por ambas partes un desahogo parlamentario, y no una flecha envenenada en formato de tuit destinada a aparecer en los titulares de las noticias televisadas de la noche. Sir Uinstón nunca consideró en serio beberse el cianuro, como había hecho Sócrates con la cicuta tantos siglos antes; y su oponente jamás se lo habría puesto en el café. Él era una perfecta sabandija, pero una sabandija demócrata, y un estadista además. Así lo demostró cuando la Historia le puso frente a sus responsabilidades respecto del país que le había elegido como Premier. Gloria a Sir Uinstón. El reconocimiento del mundo mundial llegó tan lejos que incluso la Academia sueca le concedió el Premio Nobel de Literatura por unas Memorias de Guerra que no pasaban de ser un peñazo infumable. En el caso improbable de que Ayuso se animara a hojearlas, por cierto, la llenaría de confusión el hecho de que los alemanes figuren en el bando de los malos, y los rusos en el de los buenos. Es lo que tiene confundir la Historia con el Estereotipo.

El ejemplo impúdico de Sir Uinstón me da fuerza para afirmar que jamás se ha bendecido en democracia la solución de que el ganador de unas elecciones se lleve toda la puesta que hay sobre el tapete, mientras el perdedor queda abandonado en la acera con los bolsillos llenos de lluvia.

Es lo que está pasando en Madrid, y puede pasar también en Andalucía. Y eso no es cultura democrática, sino perversión democrática. El objetivo de la política al uso parece consistir, por lo que se va viendo en ciertas actitudes de la derecha, en impedir el debate, ocultar el programa y jugar con la ignorancia de la audiencia como ventaja electoral añadida, para luego arramblar con el botín y humillar al vencido de todas las formas posibles.

Olona, una candidata sin derecho legal a presentarse, ha sido habilitada (?) por la Junta Electoral, que también ha mirado a otro lado mientras los obispos emitían sus oráculos envueltos en incienso, aprovechando la romería del Rocío. Allí los políticos se han fotografiado lado a lado con las imágenes sagradas, las sotanas y las batas de faralaes. De la españolada al adefesio. Sir Uinstón se habría tragado su eterno puro, estupefacto.

Esta actitud revanchista y triunfalista apunta a un renacimiento del pensamiento totalitario, a una novísima disociación entre política y cultura democrática, que podría retrotraernos de nuevo a las viejas lacras del señoritismo, la catequesis, la rapiña y la hambruna.

Voten pues, andaluces de todas partes, y voten bien. Es para hoy, no lo dejen para luego.