viernes, 10 de junio de 2022

LA ÚLTIMA AVENTURA DE PACO EL TRAMPAS

 



Los presuntos implicados, en el despacho de la Agencia de Detectives Continental. En el centro del grupo, el halcón de la ultraderecha maltesa. (Fotograma de “El halcón maltés, John Huston 1941)

 

A José Luis López Bulla.

El Hombre Gordo había dejado flotando la pregunta, desde detrás de su escritorio en el despacho de la Agencia de Detectives Continental: «¿Por qué nadie sabe aproximadamente la razón de la emergencia de las ultraderechas?»

– Pregunta por ahí y mira qué averiguas – me dijo sin mirarme, con un resoplido cansado.

Me levanté, me puse la gabardina y el sombrero flexible (fuera llovía en los malecones desolados del puerto, entre las grúas en desguace extrañamente rotas e inertes), y me dirigí a pie al garito de Rick, para escuchar los rumores novedosos que pudieran correr entre los tertulianos habituales.

Me aposté como mirón de una partida de póquer. La luz ambiente era mediocre, los gestos furtivos, las frases se cruzaban en voz baja con un ritmo sincopado. Todos fumaban, el aire se espesaba en torno a las escasas bombillas de los apliques, y detrás de una cortina ajada sonaba jazz en un pick-up oculto a la vista.

«No apostéis por Macarena, es caballo muerto», declaró formal un recién llegado, que aportó un relente de humedad al corro de fumadores.

«Qué me dices de Moreno Bonilla», refunfuñó alguien.

«Sigue encabezando las apuestas».

«Los dos son la misma mierda», suspiró el primero.

«Dime algo que yo no sepa.»

Tanteé en busca de alguna pista más concreta: «Alguien se está forrando con todo esto.»

Se barajaron los nombres consabidos, desde el Campechano al Íbex 35. Nada que apuntar en mi bloc de notas.

«Todos esos ya se forraban antes», observé sin dirigirme a nadie en particular.

«Claro, Trampas», me aleccionó un conspicuo de nariz de perro ratonero y hocico de bulldog. «Esto es solo otra vuelta de tuerca».

Dejé el cubata moribundo sobre un velador, busqué mi bloc en el fondo del bolsillo de la gabardina, lo sobé en busca de una página en blanco, y garabateé rápidamente: “vuelta de tuerca.”

No era mucho, solo algo por donde tal vez empezar.

«Qué se debe», volví la cabeza en dirección al barman que trajinaba en la barra. Le pasé un par de pavos, y vuelto hacia la peña esbocé un gesto de despedida al tiempo que me encasquetaba el sombrero flexible: «Abur, seguir bien».

Me sumergí en la noche procurando evitar los charcos más grandes en el asfalto cuarteado. Iba rumiando para mí: “otra vuelta de tuerca”. Cuarenta años atrás, el Hombre Gordo y yo, no solos sino junto a otros muchos incondicionales, habíamos contribuido a que se impusiera en la ciudad el respeto debido a la Ley y el Orden. Aquello se estaba deteriorando a ojos vistas. Alguien debería darse prisa en tomar el relevo antes de que fuera tarde.

(Continuará, o no)