jueves, 16 de junio de 2022

PROBLEMAS DE LA CODIFICACIÓN DE LA REALIDAD

 


“Dos cortesanas”, pintura de Vittore Carpaccio. Museo Correr, Venecia.

 

Un amigo reciente, Jorge Ollero Peran, andaluz trasplantado a territorio foral, ha escrito un libro titulado “Penalismo mágico”. La crítica de fondo me parece brillante: va dirigida a la gente que considera posible cambiar la naturaleza humana a golpe de código penal. Como tal cosa no puede ser y además es imposible, habría que buscar el cambio por otras vías.

Ya caía en esa ingenuidad básica, tan propia de la izquierda, la Constitución de Cádiz al declarar que los españoles éramos justos y benéficos. Ni por el forro, oiga.

Está encima de la mesa la propuesta de prohibir la prostitución. Es una lacra, sí. Pero resulta difícil creer que el oficio más antiguo del mundo declinaría hasta desaparecer, solo con el establecimiento de una buena lista de tarifas con las que castigar los distintos entresijos del comercio sexual. Los/las españoles/as no somos justos y benéficos. La escalada severa de multas, y las penas consiguientes de privación de libertad, no llegaría en ningún caso al auto de fe, porque no es políticamente correcto, y tal vez ni siquiera al “trato de cuerda” para arrancar una confesión. Quizás – es una cuestión debatible – sí sería posible que los jueces (no les llamemos inquisidores, sería de mal gusto) tuvieran a su disposición informantes espontáneos o remunerados, que atestiguaran por ejemplo que Zutanito ha perdonado el alquiler del mes a su realquilada Menganita a cambio de lo que se conoce internacionalmente como un blow-job, y entre nosotros suele llamarse “mamada”. Por cierto, un obispo considera que no hay pecado en la hembra si ejecuta esa suerte sexual obligada por la obediencia debida al marido legítimo, y lo hace pensando en Jesucristo. Quede constancia del dato para disponer de una casuística completa.

La prohibición de la prostitución podría llevarnos así de lejos. La alternativa es hacer la vista gorda a los desvíos incidentales de la norma ética y vetar en cambio de forma taxativa el “oficio”, la profesión remunerada del amor venal. Vale. Desde luego. Pero una canción de Georges Brassens, “Concurrence déloyale”, recoge la protesta de las trabajadoras del sexo contra la competencia desleal de que son objeto por parte de las mujeres “de bien”. Las colegialas, las amas de casa, las marquesas, están irrumpiendo ya en el campo acotado del sexo venal con consecuencias deplorables para las relaciones económicas en general: resultan mucho más baratas. (“Añadan a eso el auge creciente en nuestro tiempo de la manía del acto gratuito”, advierte en tono apocalíptico la canción.)

Imaginen todo lo que podría pasar si además está sazonado con una prohibición legal. La cuestión es espinosa. 

Tampoco me siento capaz de tomar partido a favor o en contra de ese nuevo impuesto propuesto para las grandes fortunas. Mi pregunta, en todo caso, es quién va a ponerle el cascabel al gato. La Agencia Tributaria lleva años tratando de sacar a la superficie legal los cuantiosos capitales disimulados, desviados y/o evadidos de la inspección fiscal ordinaria. Una porción considerable (no estoy en condiciones de cuantificarla, aviso) de propietarios de grandes fortunas cumplimentan su declaración anual de IRPF con tal pulcritud que les sale a devolver. Añadan un impuesto extra, y todo lo que conseguirán será que les toque a devolver más dinero.

Prescindan de la magia codificadora, entonces, en el intento arduo de cambiar la realidad. Hay medios recomendables para conseguirlo, pero los códigos en general solo sirven para dar fijeza a lo que ya está reconocido, nunca para acceder a través de ellos a situaciones nuevas, por deseables que resulten.