Carmen
en el Museo de Rodas, junto a la “Afrodita saliendo del baño”. A veces tenemos
la suerte de ver desplegarse ante nuestros ojos la naturaleza, al modo de ese
maravilloso bloque de mármol.
Mañanita
de San Juan es el momento de la iluminación, de la epifanía. Así le ocurrió al
infante Arnaldos, según un viejo romance. Al bajar a la playa, vio
acercarse desde mar adentro una galera maravillosa. Omito las sedas, el oro
torzal, la plata y los corales; lo verdaderamente maravilloso era el cantar del
marinero que la guiaba: «Marinero que la guía diciendo viene un
cantar, / que la mar ponía en calma, los vientos hace amainar; / los peces que
andan al hondo, arriba los hace andar; / las aves que van volando, al mástil
vienen posar.»
A ese
sentimiento poderoso de renovación íntima y de plenitud solemos llamarlo en el neorromán paladino “cargar
las pilas”, un término pobretón y adocenado. Charles Baudelaire lo llamó “elevación”:
¡Feliz aquel que puede lanzarse con ala vigorosa hacia los cielos luminosos y
serenos! ¡Feliz quien es capaz de comprender sin esfuerzo el lenguaje de las
flores y de las cosas mudas! (*)
La
fecha mágica de San Juan parece el día indicado para seguir la invitación del
solista y entonar a coro un himno a la alegría orquestado por Beethoven. No es
malo dejarse llevar de cuando en cuando por el júbilo, si se hace sin perder de vista el suelo que pisamos y sus aconteceres. El mundo es bueno;
el nuevo mundo en el que estamos entrando a trompicones, también lo es.
*
“Derrière les ennuis et les vastes chagrins / qui chargent de leur poids l’existence
brumeuse, / heureux celui qui peut, d’une aile vigoureuse, / s’élancer vers les
champs lumineux et sereins. / Celui dont les pensées, comme des alouettes, /
vers le ciel du matin prennent un libre essor. / Qui plane sur la vie et
comprend sans effort / le langage des fleurs et des choses muettes.” (En “Les
fleurs du mal”)