Orientándome
en los vericuetos de la calle Aghios Fanurios, tal vez la más típica del
casco medieval de la ciudad de Rodas.
Vivimos una encrucijada global. En otro lugar he señalado
las tres características centrales de esa encrucijada: son la innovación
tecnológica, la mundialización de la economía y la sostenibilidad como límite
último del progreso. El resto ‘debería ser’ silencio, como sugiere alguien al
final del quinto acto de Hamlet.
Pero no lo es, muy al contrario. Ese espacio de reflexión y
de decisión está ocupado por una algarabía permanente, un reclamo incesante y repetitivo
de nuevas prioridades y urgencias en cascada, que entretienen al personal en un
correteo permanente desde el penúltimo hasta el novísimo conflicto, en
perjuicio de todos ellos y de la sensatez común, de lo que Karl Marx llamaba el
general intellect.
No estoy pidiendo que no nos indignemos por los muertos en el
asalto de un grupo de migrantes a las concertinas de Melilla; sino que
abarquemos toda la complejidad del escenario global y no nos olvidemos de la
necesidad de mantener la cohesión de las fuerzas del gobierno de progreso y la presión
por la puesta en marcha de un funcionamiento nuevo y equilibrado del mercado de
trabajo, además de reclamar la adecuación de los salarios a esa alza abrupta
del coste de la vida motivada por una guerra impostada y ambigua, que es la
guerra de Putin pero también la de la OTAN y la de Zelenski en Ucrania, lo cual
fragmenta y desmigaja las opciones que defiende cada cual desde su propia
trinchera ideológica.
Tantos acontecimientos sobrevenidos, que se acumulan y se
superponen los unos a los otros, son un signo de la época. Los medios de
comunicación y los algoritmos funcionan así, vivimos en la Sociedad de la Información
Sesgada en tiempo real. En el gran autoservicio de la propaganda de masas, cada
cual puede escoger a su gusto el producto elaborado que prefiere, y adornarlo
con las cualidades de lo prioritario y lo indiscutible para luego arrojarlo a
la cara de los incrédulos.
Tendremos que acostumbrarnos a esta balumba, y aprender a
filtrarla en un cedazo como hacían los buscadores de oro, para desechar la
ganga y guardar aparte, en un escondite íntimo, las pepitas de metal precioso.
Es una asignatura pendiente que tenemos desde hace muchos
años. Deslumbradas por el brillo del progreso, las clases trabajadoras han
renunciado históricamente a controlar dos funciones económicas esenciales, como
son la producción y el consumo. Toda la pelea se ha centrado en la
distribución; en la porción de la tarta, por decirlo de algún modo, sin atender
a que esta fuera o no alimenticia, indigesta o incluso venenosa.
Se trataría ahora de ampliar el terreno de las reivindicaciones,
en busca de una igualdad mas auténtica y de una libertad más firme. No solo
queremos más retribución para el trabajo, sino una producción más racional dirigida
a tener las cosas realmente necesarias, y un consumo más amplio, social e
inclusivo.
De tanto en tanto se vuelve a recordar el fundamental
discurso de Enrico Berlinguer sobre la austeridad; pero muchas personas están convencidas
de que iba dirigido a la izquierda, al mundo del trabajo. De ninguna manera; Berlinguer
hablaba como estadista, para el país en su conjunto. El doble rasero de
austeridad para los trabajadores y derroche para los detentadores del capital, es
una ratonera en la que no debemos dejarnos atrapar.