Manel
Pérez, durante la entrevista. (Foto Guillem Trius, fuente eldiario.es)
Conviene ir tomando nota: «La banca no regresará a una
plaza como Barcelona en la que no hay una actividad financiera relevante.» Lo
dice Manel Pérez, vicedirector de La Vanguardia y autor reciente de: “La
burguesía catalana. Retrato de la élite que perdió la partida” (Península
2022). Es un libro útil para saber dónde nos encontramos exactamente los
catalanes, en términos socioeconómicos y al margen de aventuras ultra puigdemontanas.
Pueden ustedes abrir el melón con una cata a la entrevista que le ha hecho Neus
Tomàs en eldiario.es (1)
Afirma Pérez que la élite barcelonesa ha perdido ya “la
partida”. Era una élite industrial tradicional, muy bregada, dura de roer. En
relación con el poder central, pasó históricamente por toda la gama de
actitudes que podían favorecerla en cada momento concreto, desde los desplantes
y los menosprecios que ahora imita el nen del governet, hasta las
reverencias profundas y los besalamanos cuando aquello convenía al negoci. Tienen
ustedes a su alcance un retrato de primera mano en la figura del industrial Jaume
Canivell, el personaje de Berlanga en “La escopeta nacional”, que organizó
una cacería para intentar atraerse al establishment falangista en el
momento en que este era desplazado con guante de terciopelo por el Opus,
mediante un golpe palaciego.
La “partida” se prolongó, de todas formas, a lo largo de
bastantes años, y Manel Pérez lo documenta. Madrid acumulaba más y más poder
mientras Jordi Pujol presumía de tenerlo todo bajo control con el pacto del
Majestic. El desengaño fue sonado. Artur Mas intentó luego el planteamiento de
un concierto económico a la vasca enmascarado de otra cosa, para salvar los
muebles, y la élite le apoyó sin reservas, pero midió mal las distancias al
apostar de farol por una in-de-pen-dèn-ci-a irreal, y colocarse a sí misma en
trayectoria de colisión.
Fue entonces cuando a Mas y a la élite que había creído en
él se les escapó el control de los acontecimientos y perdieron definitivamente
la partida. En 2017 e incluso antes las empresas catalanas volaverunt; dicho
de otro modo, trasladaron sus sedes financieras a otros lugares, en particular (rechifla
añadida) a Madrid, que ofertaba mejores servicios financieros y mayores
descuentos tributarios. Barcelona perdió su característico músculo industrial, consistente
en gran parte en un tipo de empresa familiar, pequeña o mediana, gestionada
desde el comedor de la casa del Eixample, bien relacionada con el entorno
internacional muy atenta a la innovación. Los hereus de la vieja élite
centran ahora su actividad preferente en el dinero fácil procedente de la
especulación inmobiliaria y en las inversiones en turismo: hoteles, pubs de
diseño, restaurantes de alta gama.
Esta última circunstancia debería orientarnos en relación
con otra polémica. La tan ansiada ampliación, así del aeropuerto como del
puerto de Barcelona, no tiene hoy su razón de ser en la creación de un hub potente
dirigido al relanzamiento industrial, sino en el encaminamiento de una tremenda
avalancha turística a la que alojar a cuerpo de rey entre piedras bendecidas
por mil años de historia, después de enseñarle Casa Batlló a precio de visita
del templo de Abu Simbel.
En cuanto a las finanzas propiamente dichas, Caixabanc
sigue siendo un gigante en relación a los parámetros nacionales, pero es
ilusorio que regrese a Barcelona, dice Manel Pérez: “Aquí no hay actividad
financiera relevante”. Tanta aglomeración turística no supondría diferencia,
son las redes internacionales de agencias de viajes las que contratan los
paquetes de servicios, incluidos el car rent y el Cabify probablemente.
Con todo, la historia de una ciudad no se identifica en
ningún caso con la de una élite (las famosas 400 familias, para entendernos).
Barcelona cuenta con recursos suficientes para crecer en otras direcciones, y
de una forma más sostenible. Necesitará cierto esfuerzo para lograrlo, y va
descontada la oposición cerrada de la vieja aristocracia del dinero. Mi ciudad
ha tenido la gran suerte de contar en esta circunstancia crítica con una
alcaldesa valiente y prudente a la vez, que escucha mucho, se asesora siempre,
y se atreve a innovar, no solo en los terrenos cruciales de la energía y la
movilidad, sino en el de la vivienda, en el que se está produciendo ahora mismo
un alboroto mayúsculo dirigido a obtener ganancia a corto plazo de una
gentrificación del centro histórico que mataría a la larga la gallina de los
huevos de oro.
Por mi parte, deseo que Ada Colau siga cuatro años más al
frente de Barcelona, y sea luego relevada por la persona más adecuada. Cada vez
tiendo más a dar la razón a quienes la consideran una “iluminada”. En medio de
tanta oscuridad.