Hemos pasado cinco días en Rodas, sin portátil ni muchas
ganas de utilizarlo. Por el móvil seguíamos las novedades de la patria, no
muchas y no buenas. Se quemó la Culebra, pero no llegamos a averiguar si se
trataba o no de la culebra Macarena. Hubo elecciones en Andalucía, y lo único
que nos consta es que el resultado en Izavieja ha sido espléndido. Algunos
apuntaban el lunes a un cambio de ciclo, pero yo sigo en mis trece de que se
trata nada más de otra vuelta de tuerca.
“Penitentiagite”, que
vociferaban los fratticelli en El nombre de la rosa. Sánchez
insiste en que los resultados no son extrapolables, pero es más cierto que después
de Alberto Rodríguez nos acaban de extrapolar a Mónica Oltra.
Aviso, no me van a arrancar más declaraciones sobre
política, ni siquiera bajo tortura, como al señor Fernández Díaz según cintas
recién reveladas. En adelante me limitaré a anunciar el fin del mundo. Mi fama
de profeta a lo Jeremías se encuentra ya bastante baqueteada, y en adelante
prefiero ir a lo seguro. “Esto con la mano sobre el Evangelio te lo juro yo”,
como cantaba Manuel Banderas en “Las cosas del querer”.
En cuanto a Rodas, lo que se dice Rodas, estaba espléndida,
primaveral, florida, embriagadora. Pública, en tanto que rastrillada en todas
direcciones por la fauna insaciable vomitada por los grandes cruceros
amontonados detrás del muelle de los Molinos; e íntima como Lison, la bella de
Brassens que se abandonaba a los “croquants” por dinero, pero guardaba
celosamente para sus enamorados los “petits bouts” de piel muy escondidos
que los otros no habían tocado.
Nos alojamos intra muros, en un mini hotel nuevo, el Rodi,
regido con atención amorosa por la señora Dímitra. Tomen esto como una
recomendación. Íbamos acompañados en la aventura por otra pareja, y es una
doble suerte ver de nuevo la isla y hacerla ver por primera vez a quienes no la
conocían, en este caso personas más sabias, enjundiosas e importantes que
nosotros.
Ilustro la entrada con una imagen elegida al azar, del
patio lateral de la Panagia de los Caballeros (Our Lady of the Castle, según
las guías), improvisada, de pura oportunidad y un poco torcida. La figura de
Carmen y la puerta aparecen enmarcadas en una delicada guirnalda de color, muy
apropiada al romance con la isla que vivimos.