Vista
exterior de nuestra habitación del hotel Rodi, en el casco antiguo de la ciudad
de Rodas. Aquí, en la sombra y el frescor del patio, en los atardeceres bebíamos
agua fresca, picoteábamos cerezas compradas en tenderetes de carretera, y charlábamos
de lo divino y de lo humano, de preferencia lo segundo.
Ha salido el número 26 de la revista “Pasos a la Izquierda”,
lleno de aportaciones de buenos amigos que son, además, personas
extraordinariamente competentes en sus respectivas áreas de ocupación. No los
cito ni los encarezco: el mejor homenaje que puedo hacerles es la lectura
atenta, y a eso me dispongo.
Salvo una excepción, sobre la que me he lanzado sin esperar
a un mayor reposo. Es el texto de José Luis López Bulla “Los primeros andares
de la caminata sindical en democracia”, que debe de tener ya sus buenos años de
presencia en el mundo. La razón de tanta urgencia en su lectura es que ahí está
contenida parte de mi historia personal. Para expresarlo de un modo líricamente
barroco, es un texto que habla sin hablar de mí.
Me guardo para mis entretelas todos los ecos particulares suscitados
por estas reflexiones lúcidas, y atrapo una cuestión de interés más general.
Dice José Luis: «El partido era, por así decirlo, Dios padre; el sindicato
era su enviado en la Tierra, aunque severamente controlado. El partido se
reservaba el proyecto de transformación, al sindicato se le encomendaba la “resistencia”
…» Y concluye: «O sea, el sindicato era, así las cosas, una mera
prótesis del papá-partido.»
Érase una vez, añado. Aquello pasó dejando un poso de añoranzas mal digeridas, así en las estructuras de los partidos políticos, que hoy son totalmente otra cosa, como – por desgracia – también en las de los sindicatos. Muchos respetables setentones se levantan todas las mañanas decididos a “resistir” a ultranza, mientras esperan de las alturas la consigna que nunca ha de llegar.
Lo cual tiene efectos desastrosos en la teología de la
izquierda, cuyo reino va dejando de ser de este mundo. La vieja concepción de
la reivindicación social como medio para sostener el combate político ha
derivado en una confusión lamentable de las prioridades. Vean este ejemplo de
todos los días, la consigna «Gobierne quien gobierne, las pensiones (o los
salarios) se defienden». Lo primordial es ahora la reivindicación social,
muy justa; pero por el camino se ha perdido sin remedio la perspectiva del
cambio político de progreso.
Alguna parte debe de haber tenido esta mentalidad en los
resultados horribles de elecciones recientes. “Gobierne quien gobierne”, indica
lo accesorio, mientras que la defensa de lo “mío” asciende al primer plano. Yo
lo llamo “conciencia de clase subalterna”, y no es bueno. Significa “dejar
hacer” en las instituciones, por considerarlas realidades demasiado impuras y de
las que conviene alejarse, para movilizarse solo por aquello que afecta directamente
a la subsistencia.
Sigue ahí impertérrito el punto ciego en el análisis que
señalaba Vittorio Foa: la izquierda no se responsabiliza de sus propias
realizaciones. Pasó con la sociedad de consumo, anhelada por la clase obrera
pero analizada como un embeleco impuesto de modo forzado por el capitalismo opresor;
y vuelve a suceder ahora con el tema de las eléctricas privadas, acogidas con
aplausos y menciones honoríficas, y a las que se culpa ahora de que abultan la
factura. Pero no se culpa tanto a las corporaciones como a “la política” que
las consintió ("nosotros" nunca lo hicimos), y a pesar de que el actual gobierno ha atajado
los abusos más notorios y abaratado la cuenta de la luz de las familias.
Esta actitud, decía Foa, va en favor de las fuerzas del
capital, porque les atribuye un poder mayor del que tienen, a fin de excusar la
falta de una posición política firme, imposible por la actitud contemporizadora
precisamente de las clases bajas, ansiosas (con buenas razones) de un bienestar
siquiera sea de refilón.
En este marasmo, es absolutamente necesario tomar buena
nota y apoyar con toda la fuerza de la movilización, si es preciso, la decisión
de los sindicatos mayoritarios de personarse como partes implicadas en el
recurso de Vox ante el Constitucional por el RDL 32/2021 de Reforma Laboral.
Antonio Baylos ha dado cuenta exacta de la iniciativa (1), y quiero decir con
mucha claridad que este es un terreno que toda la izquierda, plural y unida sin
remilgos, debe pisar sin excusa ni pretexto ninguno.
Toda la izquierda, no los partidos-padres que, como los
reyes magos, no existen. Ya hace muchos años que los sindicatos son mayores de
edad, y tienen plena autonomía y criterio propio en todas las cuestiones que
afectan, no ya a los/las obreros/as, sino a la vida de las personas que deberían
ser amparadas y son de hecho marginadas por los conflictos brutales de intereses
que se dirimen en las instituciones. En presencia o en ausencia de papá partido
(digo esto desde la conciencia de la necesidad de reconstruir los partidos, no es
mi intención entrar en esa polémica; pero unos partidos que serán muy distintos
a los que conocimos de jóvenes), el sindicalismo ha de tener la ambición de
estar presente con sus propias reivindicaciones y argumentaciones en todos los
foros políticos de los que depende la calidad de vida y de trabajo de las
personas. Eso es conciencia de clase dirigente, o por lo menos codirigente; y
no, en ningún caso, subalterna.
(1) https://baylos.blogspot.com/2022/06/una-iniciativa-sindical-muy-relevante.html