Esta cabeza de Atenea, que se exhibe en el Museo Cívico
Arqueológico de Bolonia, es conocida con el nombre de “Cabeza Palagi”,
en honor del pintor boloñés Pelagio Palagi, que la compró en 1829 a un vendedor
de antigüedades veneciano. Su procedencia sigue siendo
una incógnita, pero es comúnmente considerada una copia tardía -tal vez esculpida
en tierras itálicas en el s. I, la época de Augusto-, de la Atenea Lemnia, estatua de bronce creada por Fidias en el s. V aC y colocada en la
Acrópolis de Atenas por Pericles. El nombre de Lemnia se debe a que su talla
fue costeada por colonos de la isla de Lemnos, que deseaban de ese modo honrar
a la diosa no en su actitud, tan repetida en los espacios públicos antiguos, de
defensora de la ciudad, armada con coraza, lanza, casco y escudo o égida; sino como
símbolo de la expansión cultural ateniense y de la actividad intelectual en
general.
La cabeza un poco ladeada, la boca apenas fruncida y las
mejillas redondeadas labradas en mármol pentélico, transmiten con fuerza magnética una
belleza sublime, el don divino en el que siempre creyeron los griegos. La belleza era para ellos una prerrogativa de los dioses; la belleza humana solo podía ser una
forma de participación casi milagrosa en la divinidad.
Plinio el Viejo alabó la estatua original, en bronce, como
la obra más singular y valiosa de Fidias. La copia en mármol de Bolonia es
generalmente considerada como la más fiel de las varias existentes. Con Fidias puede decirse que el arte helénico de la belleza ha llegado finalmente a su meta, después de una etapa de aproximación bautizada por esa razón como preclásica.
Atenea había sido representada antes como protectora de la polis en la guerra (ver imagen de abajo): poderosa, intimidante, bella tal vez pero sobre todo temible. En la Acrópolis reconstruida por Pericles y Fidias, la diosa es más bella aún, pero además irradia paz, serenidad, conocimiento. Su actitud no es agresiva. No exhibe la prepotencia del triunfo, sino el temple de la sabiduría. Y desde sus órbitas vacías (los ojos
se componían con pasta de cristal, y casi en ningún caso se han conservado al
paso de los siglos), se diría que trata de escudriñar un futuro más amable.
Momento clásico por excelencia, nunca la belleza estuvo tan unida a la perfección y a la templanza del ánimo. Nunca volverían a ser tan "olímpicos" los dioses protectores de la ciudad.
Atenea cubierta con la égida, dando muerte a un Gigante. Figuras del frontón de un templo de la Acrópolis de Atenas, destruido por los persas en 480 aC.