Ernst
Ludwig Kirchner, “Strassenszene”. Imagen expresionista de Berlín en los años
treinta.
Nadie se llame a engaño, las indignaciones de mis amigos
son también mis indignaciones. Desearía alinearme en política internacional al
lado del gobierno de progreso y de sus altos menesteres en la defensa de la
civilización occidental, pero no me sale.
Veamos. Suecia y Finlandia están ya en trámite de entrada
en el Nuevo Orden mundial, y a España le tocan dos destructores más en la base
de Rota. Si no les gusta el nombre, utilicen el equivalente sajón, “destroyers”.
Suena más fino. Las tripulaciones se pondrán morás de pescaíto frito
y fino de Sanlúcar, en los compases de espera. El negocio turístico se
reanimará en la zona. Harán falta más camareros; tal vez se les pagará más y se
les proporcionarán nuevos uniformes, es una cuestión de prestigio nacional.
El Nuevo Orden mundial va a completarse con algunos otros
retoques, según El País, que en estas cuestiones suele ser certero: «Washington abrirá en Polonia un cuartel
general permanente, desplegará una brigada rotatoria dotada con unos 3.500
soldados en Rumania, estacionará dos escuadrones adicionales de aviones de
combate F-35 en el Reino Unido y reforzará la presencia militar en los países
bálticos y el posicionamiento de defensas antiaéreas en Alemania e Italia».
Es todo un panorama, que para guinda del pastel viene a
ocurrir después del final de la Historia secundum Fukuyama. Podríamos
preguntarnos, como en aquella película, qué hemos hecho para merecer esto.
Observen que El País no se toma la molestia de disimular: el sujeto de la
oración gramatical no es la OTAN, sino Washington. Las jerarquías son las
jerarquías, Biden es el baranda y Stoltenberg el becario adjunto.
El panorama empeora aún un poco más si levantamos la
alfombra y miramos lo que queda debajo del Flanco Sur de la OTAN; o sea, la
selva virgen geoestratégica. Los destroyers esperan pacientes más
arriba, el régimen alauita ejerce las funciones de rutina que le son
esporádicamente encomendadas, Black Lives No Matter.
El final real de la Historia empieza por debajo del
cinturón de la OTAN, allí donde se almacenan las materias primas estratégicas
sin que nadie las proteja de la rapiña, y los países civilizados dan vía libre
a su testosterona.