Cedo hoy la palabra
a Bruno Trentin (1926-2007), la edición italiana de cuyos Diarios para los años 1988 a 1994 ha aparecido ahora, en 2017 (Ediesse, Roma), a cargo de Iginio Ariemma. Muchas páginas del libro están dedicadas
a las tareas sindicales; debe recordarse que en esos años precisos Trentin
desempeñó la secretaría general de la CGIL. Algunas anotaciones se refieren al
sindicato que conoció Trentin, tal como era y en buena parte sigue siendo: una
institución viva, positiva, pero lastrada por rutinas, burocracias, resistencias
a los cambios, grupos de intereses confrontados permanentemente en peleas
mezquinas por ventajas particulares o por cuotas de poder.
Otras anotaciones,
más extensas por lo general, contienen reflexiones valiosas sobre las tareas y
las funciones que debería asumir un sindicato (no solo el suyo, cualquiera) del
siglo XXI en un contexto democrático, en la transición a un nuevo paradigma productivo
convocado por la mutación tecnológica, y en la tutela de los derechos
establecidos más la proposición de otros nuevos derechos individuales y
colectivos para unos trabajadores que son ahora muy diferentes a como habían
sido en la fábrica fordista.
Hay una llamada explícita
a la negociación colectiva como tarea del sindicato, pero vista como una función
más; de ningún modo como la legitimación y justificación de la existencia misma
de la acción sindical. Porque eso, dice Trentin, es confundir un medio – tan
solo uno entre varios medios posibles – con un fin.
Enfurece a Trentin la
idea de un tipo de sindicato que asume en su propia organización interna una
reducción consciente y deliberada de las dimensiones y las perspectivas del
conflicto social, que debería ser el núcleo y el nervio de su política; lo
describe con ironía como «un sindicalismo pragmático, no ideológico,
sin tabúes, sanamente innovador y, por qué no, reformista», que
se valora a sí mismo por la cantidad de convenios colectivos que firma, «porque un sindicato que no contrata está
destinado a desaparecer.»
Está en primer
lugar la cuestión del “control de calidad” de lo que se contrata, la falta de sentido
de acumular firmas y más firmas en papeles que no mejoran un ápice la condición
trabajadora. Pero no es solo eso, Trentin va más allá. «La contratación es un término que no tiene
sentido cuando nos confrontamos con el Gobierno y el Parlamento sobre una reforma
fiscal o sobre una política multiforme de creación de oportunidades de trabajo,
donde intervienen variables orgánicamente sustraídas a la contratación (por razones
políticas y por razones técnicas).» Lo mismo sucede en la empresa
«cuando se trata de inversiones, de organización
del trabajo, de lucha contra la nocividad; donde el elemento de la experimentación
predomina sobre la posibilidad de previsiones ciertas.»
Una visión reductiva y neocorporativa sitúa al sindicato
como elemento subalterno y ancilar en la jerarquía de las instituciones
democráticas, y sentencia que, en todo lo que no sea el intercambio de
cantidades ciertas (trabajo por salario), el sindicato debe retraerse a un
segundo plano.
Así no tiene el sindicato, ni reclama, atribuciones para intervenir
ante la dirección de la empresa en lo que se refiere a la política de
inversiones, ni a cuestiones medioambientales relacionadas con la forma de producir
y que son susceptibles de hipotecar el futuro de la población en un territorio
bastante más extenso que aquel en el que está implantada la fábrica. Estas
cuestiones quedan, por lo general, “en una tierra de nadie, cuando no en la
tierra del patrón”.
Ni toca al sindicato actuar ante el Gobierno y el
Parlamento, incluso a pesar de que él representa a los trabajadores en todas
las dimensiones de su vida social y laboral, y los trabajadores son los principales
interesados tanto en una política económica dirigida a crear oportunidades de empleo
cualificado, como en una política fiscal que distribuya de forma más equitativa la
riqueza entre las partes que han concurrido a su creación.
La idea en la que sueña Trentin es la de un sindicato “general”,
sujeto activo de la política, presente en todas las dimensiones del conflicto
social, legitimado por su representación ─ no abstracta ni burocrática, sino renovada
de día en día ─ de los trabajadores concretos en todas sus luchas. Un sindicato
capaz de negociar mejoras salariales para las categorías, pero sobre todo de trabajar para las personas, de comprometerse
en acuerdos generales que marquen un rumbo de desarrollo sostenible para la
economía, basado en un trabajo más digno y más consciente de sí mismo; así como
de experimentar en la búsqueda de soluciones a los problemas crecientemente complejos de unas sociedades
donde las clases subalternas se indignan ante el autismo egoísta de los
poderosos, que profundizan con saña deliberada en las desigualdades congénitas del
sistema al tiempo que recitan el mantra consabido del “no hay alternativa”.