Hace unos días me
referí a los instantes literarios “de largo recorrido”, a propósito de “Ana
Karenina”. Hay, por supuesto, muchos más recursos – artificios, si se les
quiere llamar así – en la panoplia narrativa de León Tolstói. Con él estamos en
pleno Gran Siglo de la novela. La radio y la televisión estaban aún en el limbo, y lo
que consumía el público burgués para su entretenimiento eran novelones por
entregas, que les llegaban capítulo a capítulo en los suplementos dominicales de
los periódicos. Al parecer, Tolstói se hartó a mitad de trayecto de la historia
de la Karenina, que le parecía vulgar; pero tenía a su público lector absolutamente
enganchado, de modo que, a regañadientes y al parecer gracias a los buenos
oficios de la condesa su esposa, consiguió acabarla.
El mecanismo del
folletín, es decir de la entrega de la historia “por fascículos”, influyó mucho
en la técnica narrativa de aquellos años. Era preciso mantener latente por
todos los medios la atención aplazada del lector. Los literatos expertos en el
género (Eugenio Sue, por ejemplo) dosificaban las truculencias de modo que los
puntos altos de la trama quedaran colocados al final de los sucesivos capítulos,
a fin de hacer desear al lector la continuación. También alternaban acciones
paralelas, cada una de las cuales quedaba interrumpida en un punto crítico para
dar paso a la otra durante algunas semanas. Las novelas eran muy largas;
consumir una de ellas podía durar varios años.
El folletín
utilizaba recursos consabidos ahora que hemos perdido la inocencia lectora,
pero es interesante ver el manejo que les da Tolstói, cuyas novelas son summas antropológicas, ya que no
teológicas, que se extienden y proliferan en episodios secundarios en los que se
trata de todo lo divino y lo humano.
Un artificio que
utiliza para mantener la tensión narrativa es el de la anticipación o prefiguración,
que revela por analogía lo que acabará por ocurrir más adelante, cuando la
tragedia anunciada se desencadene por fin. Gabo García Márquez utilizó años
después a fondo un recurso parecido, en “Crónica de una muerte anunciada”.
Un ejemplo
magistral de prefiguración en Tolstói es la carrera de obstáculos que ocupa varios
capítulos de la segunda parte de “Ana Karenina”. El zar mismo, y con él toda la
nobleza y la milicia, asisten al espectáculo, en San Petersburgo. El conde
Vronsky es el favorito del público, montando a Fru-Fru, pero debe vigilar a Majotin, que monta un caballo muy
fuerte y rápido, Gladiador. Pendiente
de su romance con Ana y de algunas visitas de cumplido, Vronsky llega al
hipódromo con el tiempo justo, cuando ya se ha iniciado la carrera anterior en
el programa. Se encarama a su montura en la línea misma de salida, después de
que otro entrenador se haya encargado de los galopes de calentamiento. Supone Vronsky
que, en la carrera, su destreza de jinete suplirá su falta de concentración. Fru-Fru se comporta maravillosamente, y
Vronsky, que ocupa la primera posición después de haber salvado el obstáculo
más difícil, se relaja. Pero queda aún el último obstáculo, una ría, y en el
momento del salto él mira hacia atrás para ver el terreno que le separa de Gladiador, y, error fatal, se deja caer
en la silla cuando la yegua está aún en el aire. Fru-Fru se desequilibra, cae mal y se rompe la columna vertebral.
Vronsky, ileso, le da patadas para ponerla de nuevo en pie. Fru-Fru, incapaz de incorporarse, lo
mira, dice el autor, “con ojos elocuentes”. Llegan las asistencias y rematan
allí mismo al animal. Ana, mientras, sufre en el palco pensando que su amante
puede estar herido. El lector intuye ya qué clase de persona es Vronsky y cuál
es el destino que espera fatalmente a Karenina.