Puede que a fin de
cuentas las próximas elecciones catalanas no sirvan para nada; que no
signifiquen ninguna solución.
Lo digo con la boca
chica, por supuesto; no lo deseo. Tenemos una oportunidad de remendar el casco
de la nave y tapar unas cuantas vías de agua. El independentismo ha llegado ya al
punto extremo de su recorrido, ha declarado la república. Sin glamour, sin
solemnidad, sin convicción, mirando al tendido y con cara de funeral, pero la
ha declarado. Resulta que no se proponía nada más. Nunca estuvo en la mente de
nuestros gobernantes, según declaración propia, algo así como por ejemplo
gobernar la república; solo querían declararla. “No estábamos preparados para
la independencia”, van diciendo en distintos foros. El procés ha devenido más o
menos lo que la vida según Macbeth: un cuento contado por un idiota (lo siento,
no lo digo yo, lo dijo Shakespeare, vayan a él con las reclamaciones). «Lleno
de ruido y de furia, y sin ningún significado.»
Dejemos de lado los
destrozos que todo el asunto ha traído en la economía y en el tejido social. Lo
grandioso, por las dimensiones de lo deplorable, es la exhibición de
irresponsabilidad que han dado quienes aseguraban anteayer que todo estaba
previsto hasta el último detalle, y confiesan ahora que improvisaban sobre la
marcha.
Por tanto la convocatoria
de elecciones, siquiera sea en aplicación del odiado artículo 155 de una
Constitución palmariamente insatisfactoria, representa una oportunidad para ir
colocando las cosas en su sitio; si más no, para reemplazar las irresponsabilidades
del gobierno anterior por un proyecto plural quizá defectuoso y alicorto, pero
capaz de llevar a cabo los zurcidos necesarios en el vestido de gala, y dejar tal
vez puestos algunos cimientos de otra cosa.
Es en esta
situación cuando la alcaldesa de Barcelona rompe su pacto de gobierno con el
PSC. ¿Por qué?, nos preguntamos estupefactos, y ella responde: «Això va de democràcia.»
Mentar la
democracia en una situación así no es de recibo. De democracia va la cosa todos
los días, ha ido en toda la etapa anterior, irá de nuevo mañana y pasado
mañana. Ofenderse porque Miquel Iceta defienda el 155 es empeñarse en seguir en
el plano meramente declarativo, y no descender al suelo. Quizá peor, es un
movimiento con un fundamento último de carácter electoral, y eso sería
lamentable por lo que nos espera a todos después de la noche del recuento.
El PSC – Iceta, si
condescendemos a personalizar – viene a ser el punto fijo del péndulo de
Foucault. No se mueve, solo pivota en la defensa de sus posiciones. No es lo
que muchos deseamos, pero supone un agarradero fiable. Por sí solo no pesa gran
cosa, pero todo oscila a su alrededor.
De lo que se
trataba ahora es de un reagrupamiento de fuerzas en torno a bases de partida
que permitieran avanzar por un camino más despejado y en una dirección más
concreta. Algo que debería ser capaz de unir a todo el catalanismo de cabeza
fría, y aislar al que se ha desmadrado sin remedio, pongamos que estoy hablando
de Junqueras y de Rufián.
Si ese era el
objetivo, hemos dado un serio paso atrás. Por eso digo que temo que a fin de
cuentas las elecciones no sirvan para nada.