Un cuadro atribuido
a Leonardo da Vinci ha sido vendido en Nueva York por una cantidad equivalente
a 382 millones de euros. Es la pintura más cara de la historia comercial del
arte. No es, sin embargo, ni de lejos, la mejor pintura de Leonardo, que difícilmente podría
competir a su vez por el título de mejor pintor de la historia.
Se impone la
conclusión de que el Salvator Mundi ha sido muy sobrevalorado en la reciente subasta
de Christie’s. Algunos expertos han puesto en relación su sonrisa con la de Mona
Lisa, dado que las dos pinturas fueron creadas por la misma mano y hacia la
misma época. Me da igual. De hecho mi nieta Carmelina (12 años), que visitó el
Louvre este verano pasado, no alcanzaba a comprender por qué la Gioconda estaba
rodeada por un gentío, con lo sosa que era, mientras al lado la Virgen de las
Rocas, mucho más bonita, no tenía ninguna cámara japonesa que la enfocara.
Otro especialista
ha dicho que el Salvator es una especie de Santo Grial de la pintura.
Seguramente lo ha dicho en twitter, y lo único que se proponía era conseguir
miles de miles de likes. Es el triunfo de lo efímero en las redes, el cortoplacismo
llevado a sus últimas consecuencias. En todo caso, importa recordar que la
búsqueda del Grial (el cáliz de la Última Cena) tuvo importancia histórica
debido a que algunas leyendas lo consideraban oculto por artes mágicas, y le
atribuían propiedades prodigiosas. El Salvator estuvo, eso sí, perdido durante
siglos, reapareció en circunstancias dudosas, fue manipulado, un coleccionista norteamericano
lo compró por 90 dólares, y hacia 2005 los expertos, después de una limpieza a
fondo, reconocieron en él la mano del maestro. Hasta ese momento había en el
mercado una veintena de Salvator clasificados como obras de taller o copias
contemporáneas de la tabla de Vinci. Nadie puede decir que la vedette actual de
la subasta de Christie’s haya sido el único original auténtico de toda esa troupe destinada a oratorios privados de
gentes acomodadas. Ni siquiera es del todo seguro que sea un original. Hay
expertos que miran el asunto con bastante escepticismo.
Sobre una base tan
aleatoria y cuestionable se hacen y se deshacen muchas reputaciones, tanto en
el terreno del arte como en otros. Antes han sido los cuadros más caros de la
historia una obra de Picasso indistinguible de otras menos afortunadas desde el
punto de vista económico, y otras de Lucien Freud, o de Paul Gauguin, tampoco
especialmente destacadas en la obra de sus autores. La significación de las
cifras monetarias en la valoración de una entidad, el arte, que tiene un
carácter eminentemente subjetivo, es nula.
Pero es que tampoco
la cotización del dinero viene a ser un metro de platino iridiado. De modo que si
el mismo Salvator vuelve a salir a subasta dentro de, digamos, veinte años, no será
ninguna sorpresa que se venda por el doble o por menos de la mitad de lo que
ayer pagó un comprador anónimo, no mencionado en ninguno de los periódicos en
los que he leído la noticia.