lunes, 14 de abril de 2014

HISTORIAS DE HEREJES

Algunas herejías religiosas, políticas y sociales me provocan una atracción intelectual que contrasta con la afición desmesurada, a lo largo de la historia, de muchos de mis compatriotas por la ortodoxia; una afición que les ha llevado a glorificar a España como “martillo de herejes y luz de Trento”. A quienes, como a mí, no les convence demasiado la clase de iluminación que puede esperarse de las actas del concilio tridentino, seguramente les gustará el libro de Leonardo Padura que estoy leyendo, titulado precisamente “Herejes”. Cuenta historias de hombres que fueron señalados como heterodoxos en el seno de una comunidad que era a su vez herética para círculos más amplios de sectarios disidentes de la rama principal de la doctrina que todos ellos practicaban de una u otra forma. Los meandros de sus comportamientos vienen a configurarse como una especie de arcanos encerrados unos dentro de otros de modo que las reglas, los valores y las conductas se bifurcan y se multiplican en cada nivel.

Padura advierte en una nota que los acontecimientos descritos en su novela están basados en una investigación histórica rigurosa, pero que las exigencias del desarrollo dramático le han obligado a tomarse libertades con la cronología real de determinados acontecimientos. Uno de ellos es la conmoción que en la comunidad judía produjo la aparición de un aspirante a mesías, que arrastró en su estela a un gran número de seguidores. En la novela ocurre tal cosa durante el decenio de 1640; en la realidad, a finales del de 1650. Sabbatai Zeví empezó entonces a predicar la buena nueva de que la redención estaba cerca, y que él mismo era el mesías esperado. Zeví había nacido en 1626, en una familia de sefarditas acomodados de Esmirna. Al crecer empezó a comportarse de una forma extraña: sufría fuertes depresiones durante las cuales creía estar poseído por los demonios, seguidas de fases de euforia en las que se entregaba a provocaciones públicas tan reprobables como ingerir alimentos prohibidos y pronunciar en voz alta el nombre del dios innombrable. Fue expulsado de Esmirna por los rabinos, y sucesivamente también de Estambul, por afirmar que la grandeza divina consistía en permitir lo prohibido, y de El Cairo, donde había contraído matrimonio con una prostituta. En una de sus fases depresivas buscó la ayuda de un exorcista experto en la Cábala, Natán de Gaza. Fue Natán quien se convenció primero a sí mismo y luego también a Sabbatai de que éste era el mesías esperado. Las predicaciones desarrolladas por los dos en Palestina en 1665 despertaron un revuelo considerable, y Natán envió cartas a las comunidades judías de Italia, Holanda, Polonia, Alemania y el Imperio otomano, para notificarles la buena nueva.

De los muchos mesías autoproclamados de la historia del judaísmo, ninguno consiguió un eco entusiástico tan grande, por el número y por la diversa extracción social de sus seguidores. Ni siquiera se le pudo comparar en ese sentido el aspirante que 1600 años antes había predicado una nueva Ley y cuya paradójica trayectoria finalizó en un gran fiasco, colgado en una cruz como un ladrón.

La historia de Sabbatai Zeví tampoco acabó bien. En enero de 1666 fue apresado en Estambul. El visir lo trató con respeto, y a demanda suya Sabbatai se ratificó en su divinidad: «Yo soy el Señor vuestro Dios.» Llevado a juicio ante el sultán, éste le dio a elegir entre la conversión al islam y la muerte. Zeví eligió la conversión, fue liberado y vivió como musulmán hasta su muerte en 1676. Natán de Gaza siguió sin embargo con sus predicaciones, y sostuvo que la apostasía de Zeví velaba un misterio más profundo: el mesías había de descender primero a los infiernos, y emerger de allí fortalecido para vencer por fin a las fuerzas del mal. Muchos sabbatianos griegos y turcos decidieron imitar la conducta de su mesías, se convirtieron en masa al islam y siguieron luego a escondidas con sus ritos judaicos. En la comunidad judía internacional, por el contrario, el penoso suceso se convirtió en una nueva fuente de vergüenza y de decepción amarga.


La deliciosa complicación de todos estos sucesos se ajusta como un guante a los curiosos recovecos del comportamiento de los grupos sociales descritos en la novela de Padura. Las informaciones sobre Sabbatai Zeví las he sacado de una obra fascinante de Karen Armstrong, “Una historia de Dios. 4000 años de búsqueda en el judaísmo, el cristianismo y el islam” (Paidós, Barcelona-Buenos Aires 1995; traducción de Ramón Díez).