domingo, 27 de abril de 2014

¡VIVA PREMURA!

Un largo artículo sobre Europa de Étienne Balibar me ha provocado algunas reflexiones quizá no del todo ociosas (1). Me propongo exponerlas aquí en varias etapas. Como preámbulo, sin embargo, me he dado un breve paseo por los programas – o esbozos de programa – electorales de los distintos partidos. Debo decir que los he encontrado bien, en general. Los programas electorales son la fachada noble del edificio de la política: la que se adorna con los mármoles jaspeados y los capiteles corintios más vistosos, la que concentra mayor preocupación por la estética y la armonía, la que busca dejar en el visitante una mejor impresión. Los puntos que componen un programa electoral son por lo general objeto de una amorosa meditación y larga decantación, en los cuarteles generales de los partidos. Quizá por esa razón las promesas ofrecidas se encierran con todo cuidado entre algodones en la caja fuerte hasta la siguiente contienda electoral, y entonces se desempolvan, se retocan, se repulen bien para darles brillo y se presentan de nuevo intactas a la admiración del público votante.

Nada que objetar, pues, a las propuestas de nuestra clase política, si no es el hecho de que son unidireccionales: todas van en el sentido de lo que queremos conseguir de Europa, no de lo que Europa misma necesita de nosotros. Son, en ese sentido, como una larga carta a los reyes magos, que se niega a tomar debida nota de la realidad de que los reyes magos no existen, y si existen son otra cosa.

Europa como tal ha conocido en los años recientes dos reveses de consideración. Primero fue el intento fallido de poner en pie una Constitución europea, es decir de vertebrar políticamente el continente a partir de unas normas comunitarias del rango más elevado. Tengo en la memoria las campañas por el No, basadas en que no queríamos una Europa de los mercaderes sino de los pueblos. Lo cierto es que la Europa de los mercaderes ha aprovechado con saña los huecos que se dejaron abiertos con la renuncia a emprender esa construcción jurídica necesaria. Cuando se produjo la tormenta perfecta de las finanzas globales y todo entró de golpe en crisis, los mercaderes se nos montaron a horcajadas encima de los pueblos europeos, nos molieron a coces y nos mearon en la boca, con total impunidad. Hubo que arbitrar soluciones de emergencia para el problema, y aquello se hizo tarde, mal y en vano. Es decir, que las soluciones llegaron de arriba, arbitradas por “técnicos”, y éstos hicieron de su capa un sayo sin cortapisas, sin garantías, sin debate y sin votaciones. Existe hoy cierto consenso en considerar que los tales técnicos se equivocaron de medio a medio; el estado comatoso en que ha quedado Grecia, que tuvo la mala suerte de ser el eslabón más débil de la cadena, es el mejor botón de muestra.

Esa es la Europa que tenemos, ahora mismo; la que disecciona Balibar. Claro que una campaña electoral no es el momento idóneo ni el más oportuno para abordar problemas de construcción fallida, de urgencia económica y de falta de democracia. Pero da la impresión de que en los programas se tiende a obviar lo sucedido y no se hace hincapié suficiente en evitar una posible repetición de situaciones parecidas en el futuro.

En los mensajes de los partidos situados a la izquierda del PSOE, encuentro críticas, incluso muy duras, pero no acompañadas de propuestas de orden práctico. Entiendo por falta de orden práctico el hecho de que todo lo que se dice está referenciado a lo que ocurre aquí, y falta la idea-guía de una Europa como espacio político común. ¿Ha habido diálogo con fuerzas políticas de otros países, se han hecho esfuerzos para elaborar y presentar un programa transnacional capaz de estructurar y democratizar la Europa invertebrada? Si ha sido así, lo cierto es que no emerge con fuerza suficiente esa idea. La mentalidad sigue siendo la de que las elecciones europeas constituyen el más fiel sondeo anticipado para preparar las generales. El marco de la política se mantiene inmóvil, rígidamente constreñido por las fronteras del Estado-nación (o de la nación que aspira a ser Estado). Y todo lo demás se hace depender de las buenas conexiones y amistades que hagan en Bruselas y en Estrasburgo nuestros flamantes cabezas de lista, a cuya eficaz gestión personal se confía el arreglo de las cosas de por aquí.

Seguimos en la mentalidad betanceira. Es bien conocido (lo recogió Cela en Del Miño al Bidasoa) lo ocurrido a finales del siglo XIX, cuando se dio la circunstancia difícilmente repetible de que un hijo del mismo Betanzos fue elegido diputado a Cortes por la circunscripción correspondiente. Las fuerzas vivas se juntaron en la plaza do Globo, y el electo habló a las masas desde el balcón consistorial.
– Betanceiros, ¿qué queredes?
– ¡Que suba o pan e que baixe a caña! – gritó a coro la plaza.
– Pois cando chegue a Madrid xa falarei con premura – accedió el prohombre, y la multitud rugió entusiasmada:
– ¡Viva Premura!