Un largo artículo sobre Europa de Étienne Balibar me ha
provocado algunas reflexiones quizá no del todo ociosas (1). Me propongo
exponerlas aquí en varias etapas. Como preámbulo, sin embargo, me he dado un
breve paseo por los programas – o esbozos de programa – electorales de los
distintos partidos. Debo decir que los he encontrado bien, en general. Los
programas electorales son la fachada noble del edificio de la política: la que
se adorna con los mármoles jaspeados y los capiteles corintios más vistosos, la
que concentra mayor preocupación por la estética y la armonía, la que busca
dejar en el visitante una mejor impresión. Los puntos que componen un programa
electoral son por lo general objeto de una amorosa meditación y larga
decantación, en los cuarteles generales de los partidos. Quizá por esa razón
las promesas ofrecidas se encierran con todo cuidado entre algodones en la caja
fuerte hasta la siguiente contienda electoral, y entonces se desempolvan, se
retocan, se repulen bien para darles brillo y se presentan de nuevo intactas a
la admiración del público votante.
Nada que objetar, pues, a las propuestas de nuestra clase
política, si no es el hecho de que son unidireccionales: todas van en el
sentido de lo que queremos conseguir de Europa, no de lo que Europa misma
necesita de nosotros. Son, en ese sentido, como una larga carta a los reyes
magos, que se niega a tomar debida nota de la realidad de que los reyes magos
no existen, y si existen son otra cosa.
Europa como tal ha conocido en los años recientes dos reveses de
consideración. Primero fue el intento fallido de poner en pie una Constitución
europea, es decir de vertebrar políticamente el continente a partir de unas
normas comunitarias del rango más elevado. Tengo en la memoria las campañas por
el No, basadas en que no queríamos una Europa de los mercaderes sino de los
pueblos. Lo cierto es que la
Europa de los mercaderes ha aprovechado con saña los huecos
que se dejaron abiertos con la renuncia a emprender esa construcción jurídica necesaria.
Cuando se produjo la tormenta perfecta de las finanzas globales y todo entró de
golpe en crisis, los mercaderes se nos montaron a horcajadas encima de los
pueblos europeos, nos molieron a coces y nos mearon en la boca, con total
impunidad. Hubo que arbitrar soluciones de emergencia para el problema, y
aquello se hizo tarde, mal y en vano. Es decir, que las soluciones llegaron de
arriba, arbitradas por “técnicos”, y éstos hicieron de su capa un sayo sin
cortapisas, sin garantías, sin debate y sin votaciones. Existe hoy cierto
consenso en considerar que los tales técnicos se equivocaron de medio a medio;
el estado comatoso en que ha quedado Grecia, que tuvo la mala suerte de ser el
eslabón más débil de la cadena, es el mejor botón de muestra.
Esa es la Europa
que tenemos, ahora mismo; la que disecciona Balibar. Claro que una campaña
electoral no es el momento idóneo ni el más oportuno para abordar problemas de
construcción fallida, de urgencia económica y de falta de democracia. Pero da
la impresión de que en los programas se tiende a obviar lo sucedido y no se
hace hincapié suficiente en evitar una posible repetición de situaciones
parecidas en el futuro.
En los mensajes de los partidos situados a la izquierda del
PSOE, encuentro críticas, incluso muy duras, pero no acompañadas de propuestas
de orden práctico. Entiendo por falta de orden práctico el hecho de que todo lo
que se dice está referenciado a lo que ocurre aquí, y falta la idea-guía de una
Europa como espacio político común. ¿Ha habido diálogo con fuerzas políticas de
otros países, se han hecho esfuerzos para elaborar y presentar un programa
transnacional capaz de estructurar y democratizar la Europa invertebrada? Si ha
sido así, lo cierto es que no emerge con fuerza suficiente esa idea. La
mentalidad sigue siendo la de que las elecciones europeas constituyen el más
fiel sondeo anticipado para preparar las generales. El marco de la política se
mantiene inmóvil, rígidamente constreñido por las fronteras del Estado-nación
(o de la nación que aspira a ser Estado). Y todo lo demás se hace depender de
las buenas conexiones y amistades que hagan en Bruselas y en Estrasburgo
nuestros flamantes cabezas de lista, a cuya eficaz gestión personal se confía
el arreglo de las cosas de por aquí.
Seguimos en la mentalidad betanceira. Es bien conocido (lo
recogió Cela en Del Miño al
Bidasoa) lo ocurrido a
finales del siglo XIX, cuando se dio la circunstancia difícilmente repetible de
que un hijo del mismo Betanzos fue elegido diputado a Cortes por la circunscripción
correspondiente. Las fuerzas vivas se juntaron en la plaza do Globo, y el
electo habló a las masas desde el balcón consistorial.
– Betanceiros, ¿qué queredes?
– ¡Que suba o pan e que baixe a caña! – gritó a coro la plaza.
– Pois cando chegue a Madrid xa falarei con premura – accedió el
prohombre, y la multitud rugió entusiasmada:
– ¡Viva Premura!