Por la diada de Sant Jordi, conviene hablar de libros. Yo he
regalado hoy a Carmen dos: “La librería” y “La flor azul”, ambos de Penélope
Fitzgerald. El segundo pasa por ser la obra maestra de su autora; por el
primero fue nominada para el Booker Prize, y recibió de una colega (A.S. Byatt)
el siguiente piropo: «Es la más privilegiada heredera de Jane Austen.» Un
elogio que significa mucho en Inglaterra y bastante menos entre nosotros, a
pesar de la moda inesperada de Austen hace algunos años gracias a unas películas
de ambientación e interpretación muy cuidadas. En cuanto a Penélope Fitzgerald
(Knox de soltera), me temo que es una perfecta desconocida para la inmensa
mayoría de los hispanoparlantes. Yo la descubrí hace muy poco. Durante la
convalecencia de la implantación de una prótesis en la cadera, leí de prestado
“El comienzo de la primavera” y me gustó a rabiar. Me recordó en efecto a Jane
Austen, por la observación de los personajes, el tono de ironía amable y el
punto de vista característicamente femenino desde el que aborda una
construcción literaria de una gran originalidad. Lo explicaré un poco más, a
riesgo de chafar la guitarra a algún posible lector curioso: el personaje
principal, una mujer, desaparece en el primer capítulo de la novela sin que sepamos
por qué, y sólo reaparece en el último párrafo. Toda la peripecia que se
desarrolla en medio gravita en último término alrededor de su ausencia.
Debo matizar mi afirmación anterior acerca de un “punto de vista
femenino” para contar una historia. No es exacta. Hay, desde luego, subgéneros
dirigidos a un público lector femenino, desde la novela “rosa” hasta las
diversas sombras de Grey; pero no existe tal cosa como una alta literatura “de
género”. El autor literario (discúlpenme que omita la fatigosa convención:
el/la autor/ra literario/a) trabaja siempre para dar una versión lo más fiel y
completa posible del mundo que pretende plasmar, y su punto de vista es
estrictamente individual, nunca genérico. El genio rechaza el género, podría
afirmarse. Pero la lectura de algunas autoras enriquece un ángulo particular de
la experiencia de un varón; puesto que la realidad no es plana e igual a sí
misma desde cualquier posición que se adopte, sino poliédrica y varia, no
reducible a un punto de vista unitario. Vive
la différence!, que se dice
en Francia.
Lo expresaré sin pudor: yo siento por las mujeres amor, gratitud
y una curiosidad infinita. No hablo de pulsiones al hacer esta declaración,
sino de otra cosa. Para explicarla de forma adecuada, vienen muy a propósito en
esta diada tan catalana dos versos de Ausiàs March: «Sens lo desig de cosa deshonesta…,
ço que jo am de vos es vostre seny.» (Sin
el deseo de cosa deshonesta…, lo que amo de vos es vuestra sabiduría.)
Me atrae de un modo especial la forma como elaboran algunas
mujeres la literatura. No todas, advierto; podría dar una lista larga de
escritoras que aborrezco. Me gustan mucho Jane Austen y Penélope Fitzgerald, y
al lado de ellas apunto de corrido y sin pensar demasiado unas cuantas más,
distintas, con visiones y estilos muy diferenciados, pero todas con ese plus
que viene a suplir y remediar mis propias carencias en lo que se refiere a
sensibilidad: las británicas Virginia Woolf e Iris Murdoch; las canadienses
Alice Munro y Margaret Atwood; la “africana” Doris Lessing, en sus mejores
momentos; la mexicana Ángeles Mastretta, discípula directa y reconocible de
Gabriel García Márquez; o nuestras Carmina Martín Gaite y Almudena Grandes, sin
olvidar a la Carmen
Laforet de “Nada”. Gracias a todas ellas por lo que han
escrito.