miércoles, 23 de abril de 2014

LITERATURA DE MUJERES

Por la diada de Sant Jordi, conviene hablar de libros. Yo he regalado hoy a Carmen dos: “La librería” y “La flor azul”, ambos de Penélope Fitzgerald. El segundo pasa por ser la obra maestra de su autora; por el primero fue nominada para el Booker Prize, y recibió de una colega (A.S. Byatt) el siguiente piropo: «Es la más privilegiada heredera de Jane Austen.» Un elogio que significa mucho en Inglaterra y bastante menos entre nosotros, a pesar de la moda inesperada de Austen hace algunos años gracias a unas películas de ambientación e interpretación muy cuidadas. En cuanto a Penélope Fitzgerald (Knox de soltera), me temo que es una perfecta desconocida para la inmensa mayoría de los hispanoparlantes. Yo la descubrí hace muy poco. Durante la convalecencia de la implantación de una prótesis en la cadera, leí de prestado “El comienzo de la primavera” y me gustó a rabiar. Me recordó en efecto a Jane Austen, por la observación de los personajes, el tono de ironía amable y el punto de vista característicamente femenino desde el que aborda una construcción literaria de una gran originalidad. Lo explicaré un poco más, a riesgo de chafar la guitarra a algún posible lector curioso: el personaje principal, una mujer, desaparece en el primer capítulo de la novela sin que sepamos por qué, y sólo reaparece en el último párrafo. Toda la peripecia que se desarrolla en medio gravita en último término alrededor de su ausencia.

Debo matizar mi afirmación anterior acerca de un “punto de vista femenino” para contar una historia. No es exacta. Hay, desde luego, subgéneros dirigidos a un público lector femenino, desde la novela “rosa” hasta las diversas sombras de Grey; pero no existe tal cosa como una alta literatura “de género”. El autor literario (discúlpenme que omita la fatigosa convención: el/la autor/ra literario/a) trabaja siempre para dar una versión lo más fiel y completa posible del mundo que pretende plasmar, y su punto de vista es estrictamente individual, nunca genérico. El genio rechaza el género, podría afirmarse. Pero la lectura de algunas autoras enriquece un ángulo particular de la experiencia de un varón; puesto que la realidad no es plana e igual a sí misma desde cualquier posición que se adopte, sino poliédrica y varia, no reducible a un punto de vista unitario. Vive la différence!, que se dice en Francia.

Lo expresaré sin pudor: yo siento por las mujeres amor, gratitud y una curiosidad infinita. No hablo de pulsiones al hacer esta declaración, sino de otra cosa. Para explicarla de forma adecuada, vienen muy a propósito en esta diada tan catalana dos versos de Ausiàs March: «Sens lo desig de cosa deshonesta…, ço que jo am de vos es vostre seny.» (Sin el deseo de cosa deshonesta…, lo que amo de vos es vuestra sabiduría.)

Me atrae de un modo especial la forma como elaboran algunas mujeres la literatura. No todas, advierto; podría dar una lista larga de escritoras que aborrezco. Me gustan mucho Jane Austen y Penélope Fitzgerald, y al lado de ellas apunto de corrido y sin pensar demasiado unas cuantas más, distintas, con visiones y estilos muy diferenciados, pero todas con ese plus que viene a suplir y remediar mis propias carencias en lo que se refiere a sensibilidad: las británicas Virginia Woolf e Iris Murdoch; las canadienses Alice Munro y Margaret Atwood; la “africana” Doris Lessing, en sus mejores momentos; la mexicana Ángeles Mastretta, discípula directa y reconocible de Gabriel García Márquez; o nuestras Carmina Martín Gaite y Almudena Grandes, sin olvidar a la Carmen Laforet de “Nada”. Gracias a todas ellas por lo que han escrito.