Señala Étienne Balibar, en el artículo que quedó referenciado en
el post anterior, cómo la historia de la construcción de Europa no tiene las
características de un desarrollo progresivo que se despliega por etapas a
partir de un plan director. Es un proceso por etapas, sí, pero en cada una de
ellas han variado tanto el plan como el trasfondo de la correlación de fuerzas
dominante, de modo que el conjunto no se explica si no se tiene en cuenta la
existencia de presiones contradictorias, continuadas y muy fuertes. «Sin la
historia, precisa Balibar, no comprenderemos a qué tendencias reales – no
reducibles a un “proyecto” o a un “plan” – responde la transformación de Europa
en un sistema post-nacional, ni por qué su devenir y su misma forma siguen siendo
inciertos en el momento actual.»
Las etapas por las que ha pasado el proceso de construcción de
Europa son tres, según el profesor francés; y nos encontramos probablemente en
el umbral de una cuarta. La primera etapa, que va desde la creación de la CECA hasta la primera crisis
del petróleo, se inscribió en un mundo bipolar y en el contexto de la guerra
fría y de la reconstrucción industrial y social.
En la segunda etapa, que abarca desde los años 70 hasta el
derrumbe del sistema soviético y la reunificación alemana, «se da una fuerte
tensión entre la integración en la esfera de influencia de los Estados Unidos y
la búsqueda de un renacimiento geopolítico y geoeconómico de Europa, que avance
en paralelo al perfeccionamiento de un modelo social europeo; es esta segunda
tendencia la que prevalece en la práctica, bien entendido que dentro de un
marco capitalista.» Es la época de Jacques Delors y del condominio
francoalemán. En ella se ponen en marcha los proyectos de la Unión monetaria y de la Europa social, las dos
pilastras fundamentales en las que se pretende apuntalar el “gran mercado”
común. La unión monetaria se salda con un éxito relativo (hay países
significados que rehúsan adherirse al sistema), y el proyecto social acaba por
abandonarse. El fiasco, señala Balibar, obedece tanto a responsabilidades
individuales que convendría esclarecer, como a causas políticas objetivas.
Entre estas últimas, señala la presión del neoliberalismo, y (atención, porque
de nuestra pequeña parte de culpa somos responsables al ciento por ciento) «la
incapacidad del movimiento sindical europeo para pesar sobre las decisiones
comunitarias, a causa del provincianismo de sus componentes y del desequilibrio
de fuerzas, en un momento en el que se multiplicaban las deslocalizaciones.»
El impulso centrípeto se agota en la tercera etapa de la vida de
la Unión Europea ,
datable entre 1990 y 2007. La hegemonía USA está en declive, pero la
construcción de una Europa política se diluye en beneficio de la incorporación
a marchas forzadas de la Unión
a las premisas del capitalismo financiero globalizado. No es una dinámica
proyectada y realizada sólo por las derechas; entre sus abanderados más
conspicuos se encuentran el británico Tony Blair y el alemán Gerhard Schroeder,
con su decisión de adherirse al modelo de competitividad industrial basado en
los bajos salarios. En ese contexto se rompe la colaboración – desde siempre en
un equilibrio precario – entre las potencias europeas, aparece la intención
depredadora de unas economías hacia otras, se establece la gran contraposición
Norte-Sur, y el egoísmo de determinadas patrias lleva al fracaso la gran
consulta puesta en marcha para poner en pie una Constitución europea. La etapa
concluye con el crash financiero, generado en los
Estados Unidos pero cuyas peores repercusiones afectan a países con economías
débiles o en situaciones delicadas de transición. Es el caso del grupo PIIGS
(Portugal, Irlanda, Italia, Grecia, Spain) con desequilibrios generados por la
inmersión reciente en un sistema de moneda y mercado únicos, lo que conllevaba
problemas difíciles de adaptación incluso en el caso de que no hubieran
interferido en la situación delirios insensatos de nuevos ricos como los que
patrocinó el presidente Zapatero en España durante sus dos mandatos.
Europa está hoy en un impasse,
en un callejón sin salida clara. Importa mucho la dirección que adopte a partir
del momento solemne de las votaciones del próximo mes de mayo. Balibar apunta
varias rutas posibles (tengo intención de comentarlas mínimamente en una
próxima entrega), para superar la indeterminación y el bloqueo en que han
colocado a las instituciones de la
Unión las fuertes confrontaciones que se dan en su seno.
Cualquiera que sea la opción elegida, sin embargo, implicará compromisos y
decisiones compartidos, de modo que ninguna fuerza política va a poder
desatrancar el carro en solitario.
Se equivoca de mucho Elena Valenciano cuando plantea que los
“enemigos” son ahora Mas, Rajoy y Merkel. Dicho sea de pasada, ese alineamiento
de todos los malos en un mismo montón es puro delirio de patio de colegio; no
voy a perder el tiempo comentándolo. Lo grave de la estrategia electoral del
PSOE es su ausencia total de autocrítica y de propósito de enmienda. Se vende a
sí mismo como un antigripal: “Vótenos y notará alivio instantáneo.” A pesar de
que la historia reciente indica que Blair, Schroeder, Zapatero, no se
comportaron de forma distinta a como se comporta Merkel. «Tú mueves Europa»,
pero ¿hacia dónde? Y sobre todo, ¿cuál Europa? Todo sigue en la indeterminación,
en la ambigüedad atrapavotos, en el ya se verá lo que se va haciendo. Una
actitud desprestigiada por el hecho mismo de que la parroquia está levantisca y
nadie confía en los poderes taumatúrgicos de unas siglas. Casi agradecemos por
comparación la labia campechana del ministro-candidato Don Tancredo Cañete, que
se presenta a cuerpo gentil, sin discurso ni programa, y con una única
consigna: «A mandar, señora Merkel.»