Al revés que mi consuegro el kir Mijalis, que ha ejercido
de contable toda su vida y, una vez jubilado, sigue añorando sus números, mi
consuegra la kiria Panayota siente afición por las bellas letras. Un día, hace
ya bastantes años, le preguntó a mi hija Albertina, en calidad de experta en la
materia, si valía la pena leer a ese colombiano al que habían dado el Nobel, y
en caso afirmativo por cuál de sus libros era preferible empezar. Albertina le
contestó sin dudar que por “Cien años de soledad”, y la kiria Panayota corrió a
comprar un ejemplar en una traducción al griego.
Después de leer el famoso primer párrafo, cerró el libro
de inmediato. Es una mujer que funciona a partir de grandes intuiciones, y le
pareció que había percibido de golpe y agotado de un sorbo toda la materia
argumental de la novela.
– Así que al final lo fusilan – comentó a Albertina en la
primera ocasión.
– Pues no – respondió mi hija.
– Pero habla muy claramente de un pelotón de fusilamiento.
¿O es que la traducción es mala? – se inquietó Panayota.
– La traducción es correcta. Aureliano Buendía sí estuvo ante un pelotón de
fusilamiento, pero no fue fusilado – le aclaró Albertina.
Aquella pequeña contradicción picó la curiosidad de la
kiria Panayota, que volvió a abrir el libro y ya no lo soltó hasta el final. En
mi siguiente visita a Atenas, me contó que le había gustado.
– Pero no lo entendí todo – me reconoció.
Le aseguré que tampoco yo lo había entendido todo. Gracias
desde este rincón a Gabo, por tantas curiosidades como ha despertado en tantos
lectores, y tantas sorpresas felices como nos ha dado.