Ser antitaurino significa renunciar a «la esencia misma de nuestro ser
español. Por eso, y solo por eso, los españoles que quieren dejar de serlo
luchan contra la Fiesta.» Lo ha dicho Esperanza Aguirre en el
pregón de la feria taurina de Sevilla. En una ocasión tan solemne, es
improbable que sus palabras fueran una ocurrencia improvisada, tal vez al calor
de un par de copas de más de manzanilla. No, debió de llevarlo escrito. Escrito
y bien rumiado.
La estupenda declaración de doña Espe aporta una luz nueva
sobre un tema bastante sobado. En tiempos nos defendimos de la reducción
arbitraria de lo español a lo taurino. El resultado de tal aberración era,
dijimos entonces, la «españolada», perpetrada por lo común por franchutes que
no entendían la especial hondura de nuestra idiosincrasia. «Yo soy la Carmen de España, y no la
de Mérimée, y no la de Mérimée», se
cantaba en coplas (también, por otra parte, esenciales a nuestro ser mismo, y
si no que me lo desmienta la doña). Tuvimos entonces a orgullo ser Algo Más.
Unamuno, que no era especialmente taurófilo, lo expresó con otra frase tan
rotunda como la de Espe e igualmente poco sospechosa de haber sido inspirada
por los vapores del jumilla: «¡Que
inventen ellos!» (los
europeos, se entiende). Sin embargo, miradas las cosas en su conjunto y con la
debida ponderación, nuestra esencia inmortal no mejora demasiado si al espíritu
de Pepe-Hillo le añadimos los del inquisidor Torquemada «martillo de herejes»,
del apóstol Santiago Matamoros, del Cid Campeador y de Agustina de Aragón. En
conjunto la esencia de lo español parece consistir en hacer correr la sangre,
ya sea de la morisma, del juderío, de los gabachos, o de otras bestias con
cuernos. Quizá debamos añadir a ese recuento de urgencia otro ingrediente aún,
personificado por la misma señora: la chulería de quien aparca el “haiga” en
lugar prohibido y se larga de allí atropellando la moto del agente que iba a
ponerle la multa.
Pocos argumentos nos dejan para amar a esa España. ¿Y si buscáramos otra España? Un país sin «esencias» y con
respeto exquisito hacia las diferencias, en el que quepan también los
antitaurinos.