Esta es la frase: «Estamos acostumbrados a pensar en
la lealtad como una virtud, y lo es, pero hay momentos en la historia en que es
más ardua, más valiente y más honesta la traición que la lealtad.» La escribe Javier Cercas en una
tribuna sobre Adolfo Suárez en El País del día 2 de abril, bajo el título “El
hombre que mató a Francisco Franco”.
El título es un remedo
de “El hombre que mató a Liberty Valance”, de John Ford, y el artículo
establece un paralelo entre Suárez y Tom Doniphon, el personaje de John Wayne
en la película. Yo siento una admiración especial por el Valance de Ford,
posiblemente es la película que más veces he revisitado gracias al pequeño
milagro de los DVD, después de mi gran favorita, “Cantando bajo la lluvia” de
Kelly y Donen. Y encuentro una cosa en común entre las dos cintas: ambas
testimonian un cambio de época, con sus héroes y sus villanos particulares.
También en los dos casos siento una simpatía marcada por los villanos: Liberty
Valance-Lee Marvin en un caso, Lina Lamont-Jean Hagen en el otro; dos
caracteres de una pieza, dos grandes interpretaciones. No es fácil representar
a un villano en el cine; el del héroe es un papel mucho más agradecido.
Volvamos a Javier
Cercas. No estoy de acuerdo con su visión de Suárez ni con el paralelo que
establece con la película de Ford; pero me quedo con la frase que queda citada
arriba. Para mí, el personaje de Tom Doniphon tiene mucho que ver con el
príncipe Fabrizio Salina de “El Gattopardo”: en el conflicto entre lo viejo y
lo nuevo, es el hombre que, al tiempo que añora la época anterior, comprende
las necesidades del presente y se hace a un lado para no estorbar el proceso de
transición. En ellos no hay traición, hay renuncia, hay una comprensión
melancólica de que su hora ha pasado.
Doniphon mata a
Valance, pero no hay traición en ese gesto. Nunca lo apoyó ni estuvo a su lado.
Cercas fuerza en exceso su interpretación de la película, como cuando dice que
la chica (Vera Miles) se dio seguramente cuenta demasiado tarde de que se había
equivocado de hombre. ¿En qué argumentos basa Cercas una suposición tan
gratuita?
Pero Suárez sí es el
héroe de la traición. Es un hombre de azul, que traiciona sus orígenes y su
educación política para proyectarse hacia la denostada democracia. Rompe sus
viejas lealtades, a conciencia, cuando se ve situado por una serie de
casualidades y de carambolas inverosímiles al frente de una situación que no
admite medias tintas. No fue el hombre más preparado para encabezar la
transición, ni el hombre que habría elegido el rey como su valedor, de haber
tenido las manos libres. Su nombre estaba en una terna propuesta a Juan Carlos
para presidir el gobierno de la monarquía, y los testigos de la época nos dicen
que había sido colocado en ella como nombre de relleno.
Se destaca por lo común
de Suárez su capacidad para el enredo y su facilidad para fascinar y convencer
al interlocutor (¡incluso a Carrillo!) en las distancias cortas. Se afirma que
mintió mucho. Todo eso es cierto. Pero también lo es que en un aspecto
trascendió en mucho sus habilidades innatas de charlatán de feria: cuando
asumió la tarea de guiar a un país hacia la democracia, sabía sin la menor duda
que iba a quedar quemado en el proceso, que perdería los amigos con los que
contaba y no ganaría otros nuevos. Asumió tanto la traición como el sambenito
que comportaba. Otros, pongamos como un ejemplo entre muchos posibles a José
María Aznar, conservaron íntegras sus viejas lealtades, tronaron contra la
nueva Constitución, se alinearon en la denigración del nuevo régimen y
aguardaron para cambiar (hasta cierto punto nada más) de camisa a que todo el
país lo hubiera hecho antes. Y se agenciaron así una bonita posición en el
nuevo régimen, porque conservaban sus amistades de antes y supieron sumar a
ellas las de nuevos círculos de opinión.
Suárez conoció el valor
de las palabras lealtad y traición, las sopesó y eligió entre ellas. Otros
personajes políticos, en una disyuntiva cualquiera quieren elegir al mismo
tiempo y a toda costa las dos opciones. A eso lo llaman ellos habilidad de
estadista.