Tiene toda la razón
Joan Coscubiela (1) cuando sostiene que el sindicalismo del día a día es la
mejor receta para seguir haciendo, durante muchos años más, «caminos sobre la
mar» de una realidad tan compleja y difícil como la que vivimos en esta época de
crisis sistémicas y de mutaciones. Ese sindicalismo cotidiano, o «de
proximidad» como dicen otros, es, ha sido y será imprescindible en la historia
de un sindicato como las Comisiones Obreras de Catalunya. Se trata justamente
del tipo de comportamiento que tuvieron los trescientos de la fama que se reunieron
en una sala de la parroquia barcelonesa de Sant Medir el 20 de noviembre de
1964. Su intención no era fundacional, su perspectiva no era grandiosa: partieron
de los problemas comunes a sus empresas y se coordinaron centrándose en el
presente inmediato, en el quehacer urgente del día de mañana, sin pensar de momento
en el de pasado mañana.
Ahora bien,
entiendo que ese sindicalismo “micro” es una condición imprescindible, pero no suficiente,
para la supervivencia de un sindicalismo de clase y nacional. Yo diría que se
necesita algo más, quizás esa gran panorámica de “meteosat” sindical que el
mismo Joan menciona y que no es contradictoria, sino complementaria, a la visión
al microscopio. Las dos nos presentan aspectos útiles de la realidad en la que
nos movemos. Prescindir de la una y aferrarse en cambio a la otra como si fuera
«toda» la verdad, no sería un buen método.
Un solo ejemplo. Joan
señala que el sindicalismo tiene una muy buena imagen en los sectores más sindicalizados
del trabajo asalariado, mientras que esa imagen es mala o muy mala en los
estratos menos permeables a la acción sindical. Hay pocas razones para que nos felicitemos
por ese dato. Al contrario, tenemos ahí un problema muy serio. Primero, por las
dimensiones relativas y la tendencia dinámica de esos dos sectores de las
clases asalariadas: menor y menguante el uno, mayor y creciente el otro. Segundo,
y esencial, porque una práctica dirigida a tutelar los derechos de una porción
(grande o pequeña) del amplio conjunto de los trabajadores por cuenta ajena,
desentendiéndose de los de otra parte, sería por definición corporativismo. Y
un sindicalismo corporativo podrá seguir existiendo cincuenta o más años aún, pero
nunca cambiará las cosas a mejor para el conjunto de las clases trabajadoras.
El sindicalismo
confederal, a lo que entiendo, debe abarcar dos grandes objetivos (por lo menos):
uno es el sindicalismo cotidiano, el otro la arquitectura. Arquitectura significa
que la casa sindical ha de ser lo bastante amplia y cómoda para dar cabida a
todos, y que la estrategia sindical ha de mirar por todos. Un sindicalismo de
clase y nacional es rabiosamente enemigo de dejar que se escinda la clase en
dos, o la nación en dos. Y estos son temas trascendentes que exigen una
reflexión de fondo, permanente, vigilante. Sindicalismo es también previsión. Y
dice bien Coscubiela que nadie es capaz de anticipar el futuro en una realidad
tan compleja y tan acuciante también como la que nos rodea; pero eso no
significa que sea inútil el ejercicio de examinar con calma en cada encrucijada
del camino adónde vamos, adónde queremos ir y si el rumbo que llevamos es el
adecuado.