En efecto, señor
Rajoy, es posible que no se haya explicado usted bien en el asunto de
Catalunya, pero de verdad que no importa. La sustancia la hemos entendido. Es:
«No». Ampliando su pensamiento hasta el límite extremo, «No a todo», o bien «No
a cualquier cosa». Catalunya lleva ya más de un lustro amancebada, o por lo
menos como pareja de baile preferente, con el Tribunal Constitucional, debido a
la velocidad de que hace gala este organismo para admitir, y su tardanza en resolver,
las papelas de inconstitucionalidad que usted y su partido les despachan con
tanta reiteración como regularidad. Gracias a sus desvelos, algo que hace algunos
años era poco más que una postura testimonial se ha convertido en la opción
preferida del 47%, tirando por lo bajo, de la ciudadanía catalana. Si llega la
ocasión de que se explique mejor, lo más probable es que el independentismo reciba
el pequeño empujón que le falta para disfrutar de una mayoría cualificada.
Es posible también que
no se explicara adecuadamente la señora Cospedal en relación con la situación
del señor Bárcenas en el organigrama del Partido Popular, pero tampoco es tan
grave la cosa, y además nos ha dejado una figura novedosa en la panoplia
iuslaboralista: el «finiquito con carácter retroactivo».
Quizá tampoco acabó
de explicarse bien el señor Rodríguez, consejero de Sanidad de la Comunidad de
Madrid, cuando culpabilizó a la auxiliar de clínica Teresa Romero de «torpe»
por haberse infectado de ébola, a pesar de todos los protocolos que no se
observaban. Dijo en aquella ocasión el consejero que personalmente no tenía
inconveniente en dimitir por el asunto, pero el caso es que todavía no lo ha hecho.
¿Se lo está pensando? En cualquier caso, en su siguiente aparición en la
Asamblea de Madrid fue recibido con una cálida ovación por parte de sus
colegas, por motivos que se desconocen. Quizá es que los tales motivos no se
han explicado bien.
El señor Gallardón
afirmó de forma pública que se retiraba de la política y de inmediato entró a
formar parte de un consejo político sustanciosamente remunerado. Ahora ha
participado en un acto de defensa de la familia católica celebrado por la AC de
P, y declarado que le dan «asco» las razones por las que ha sido retirado su
proyecto de ley del aborto. ¿Quizá también nos debe alguna explicación por tanta
incoherencia aparente?
El señor Monago
afirmó a bote pronto que devolvería el dinero adelantado por el Senado para sus
viajes a las Canarias, pero debimos de entenderlo mal porque ahora resulta que
no hay nada que devolver. Resulta extraño, si se trataba de viajes de trabajo
como afirma, que 32 viajes tuvieran como destino la isla de Tenerife, y en
cambio cero viajes fueran a la Gran Canaria. De todos es conocida, no solo la
doble capitalidad de las islas, sino las razones históricas y sociales en las
que se asienta tal circunstancia. La sedicente (¡Dios, ese adjetivo!) política
llevada a cabo por el señor Monago en el curso de sus viajes habrá tenido
cuando menos la característica de ser rabiosamente unilateral. O quizá el
malentendido se debe a que no se ha explicado bien.
Y tampoco ha dado
precisamente en la diana la explicación de la Armada española de que las
heridas de los militantes de Greenpeace que intentaban impedir las
prospecciones petrolíferas en el océano Atlántico fueron producidas por las
hélices de unas lanchas zodiac que carecen de hélices. Por no hablar de las escrupulosas
buenas maneras reinantes, según el ministro Fernández, en las devoluciones
exprés de subsaharianos que pretendían penetrar en nuestra soberanía saltando
vallas o asaltando playas. Son asuntos en los que, de nuevo, quizá los
componentes del gobierno del señor Rajoy no se están explicando bien.
Ni falta que hace,
la verdad.