martes, 25 de noviembre de 2014

SOBRE FEDERALISMO Y OTRAS HIERBAS


Un texto de Enrico Moretti, traducido y publicado en su blog por Javier Aristu (1), nos alerta acerca de una circunstancia relevante: la globalización no está agudizando solo las desigualdades individuales sino también las territoriales, en el interior de una superpotencia política y económica como Estados Unidos, que tiene como se sabe una estructura federal consolidada. Resumido en un telegrama: el dinero escapa de Ohio y se acumula en California; Detroit se hunde mientras Pasadena florece.
Si trasladamos el dato a latitudes más próximas, hay una premisa inquietante que no puede descartarse de antemano, a saber: que la federalización de España vía reforma constitucional no sirva para nada a fin de cuentas.
Parece, cuando uno oye los discursos, que el problema que nos agobia se reduce a Cataluña. Pero las Cataluñas se repiten a lo largo de todo el Estado de las autonomías. Todas tienen un encaje deficiente en el conjunto. Tampoco el conjunto visto como tal aparece como para tirar cohetes. Faltan sinergias en la piel del toro, y falta sobre todo empatía, solidaridad, sensibilidad colectiva. Escuchaba el otro día en un programa de radio una especie de encuesta informal: se preguntaba a los oyentes cuál sería, en su opinión, la última autonomía en independizarse de España. Unos dijeron que Murcia, otros que Castilla y León. Lo cierto es que basta la independencia de una de las partes que la integran para que España entera deje de existir. La última autonomía en hacerlo solo podría ya independizarse de sí misma. Y lo que quede luego de la primera amputación no será ya España; será otra cosa.
Bien está, vista desde ese enfoque, la búsqueda de terceras vías. O cuartas, o quintas. El problema es dónde se buscan. Una reforma de la actual Constitución parece ineludible; pero no es una panacea. Resolver problemas estructurales con soluciones superestructurales es, disculpen el lugar común, hacer un pan como unas hostias. No es que el resultado repugne a la ortodoxia de los métodos y de los sistemas, es sencillamente que no alimenta, que nos deja con más hambre que antes.
Desde diversos ángulos, la oposición está emplazando todos los días, y a grito bastante pelado, al gobierno de la nación a hacer política. Sería bueno, en efecto; al fin y al cabo, es lo que todo el mundo espera que haga un gobierno. Pero de otro lado sabemos desde hace muchos siglos que la política es un asunto demasiado importante para dejarlo simplemente en manos de los políticos. A ese saber antiguo lo llamamos democracia. Dicho de otra manera, es la conciencia de la necesidad de participación de los ciudadanos comunes, no políticos, en la toma de las decisiones de la política.
El resultado de un proceso participativo, sobre todo si tiene un gran volumen y trascendencia, es siempre incierto. Y a algunos políticos les incomoda extraordinariamente esa incertidumbre, a la que en cambio los ciudadanos estamos habituados porque planea sobre todos los aspectos de nuestra vida cotidiana. Los políticos en cuestión detestan la funesta manía de pensar. Prefieren las «soluciones únicas», y para defenderlas recurren a los argumentarios detallados que les proporcionan asesores expertos. Esa es la rutina de funcionamiento que importa quebrar en una situación como la actual. Deberíamos buscar salidas, entre todos, sin tener prefijados desde antes de empezar a discutir los pros y los contras previsibles, las líneas rojas, etc. En una palabra, sin tener decidido de antemano lo que queremos decidir.
Uf, eso es casi un triple salto mortal sin red. Pero me parece obligado empezar así. Y el día después de la decisión, sea esta la que sea, habremos de arremangarnos todos para, en el nuevo contexto, encontrar soluciones factibles a los problemas comunes. Porque un gran consenso ciudadano habrá sido, no la solución, sino el punto de partida imprescindible para poder luego plasmar esa solución entrevista en hechos concretos.