martes, 11 de noviembre de 2014

INNOVACIÓN Y POLARIZACIÓN DEL TRABAJO (I)

La lectura de un artículo de Andrew Leonard, traducido por Javier Velasco Mancebo y publicado en los blogs En Campo Abierto y Metiendo Bulla (1), me hace caer en la cuenta de que conocemos aún pocas cosas sobre los efectos reales de la TIC (tecnología de la información y las comunicaciones) en el empleo. El artículo de Leonard – muy periodístico, muy cuidadoso de no emitir juicios personales y dar en cambio una panorámica del estado de la cuestión a través de puntos de vista contrapuestos de distintos expertos –, alude a una realidad al parecer estadísticamente comprobada y cuantificada en Estados Unidos: la TIC está destruyendo más empleo del que crea, pero además uno de sus efectos es la polarización de los salarios hacia los dos extremos de la escala retributiva: se dan de forma simultánea un incremento salarial muy pronunciado para quienes están en la onda de la innovación, y un retroceso significativo para el resto, incluidos los empleos medios que no son marginales a dicha innovación sino que se definen como “complementarios” a la misma. De esta forma se produce un vacío progresivo en las capas “medias” del empleo y un crecimiento rápido de las desigualdades en el universo del trabajo heterodirigido.

En otras palabras, el dinero afluye sin tasa a la espuma que corona la ola de la innovación, y escapa en cambio de la amplia base que sustenta la misma. La percepción del fenómeno en Estados Unidos no es distinta de la que podemos tener en nuestras latitudes. Nos encontramos ante un motivo de preocupación serio. Y, más allá de la preocupación, ante una realidad intrigante en la medida en que contradice tendencias muy consolidadas a lo largo de la historia económica. La introducción de tecnologías novedosas siempre, desde los luditas, ha producido en una primera etapa destrucción de empleo, pero ese desajuste inicial se ha compensado sobradamente después con una ampliación generosa de las oportunidades de trabajo mejor remunerado. En todas las revoluciones industriales se ha dado una sustitución progresiva de un tipo de empleo obsoleto de cualificación muy baja, condenado de antemano a la desaparición, por puestos de trabajo de nueva creación, con una cualificación más alta y niveles salariales superiores, adaptados ya a la innovación.

Sin embargo, en el caso actual, los datos conocidos no se ajustan a ese esquema. Todo indica que lo que está ocurriendo es distinto. Y la pregunta concreta de Leonard es la siguiente: «¿Por qué el aumento de la productividad de tanto cambio tecnológico radical no ha elevado el nivel de vida de la mayoría de la gente?»

Algunos de los expertos citados por Leonard responden a esa pregunta que todo está en orden y el tiempo pondrá las cosas en su sitio. La nueva revolución tecnológica es en sustancia igual a las anteriores en sus mecanismos y en sus efectos, sólo hay que darle tiempo para que penetre más a fondo en el sustrato social; cuando se disipe la polvareda de la novedad y todo se asiente, empezarán a notarse los consabidos efectos beneficiosos en el empleo y en la calidad de vida de las personas.

Yo no confiaría demasiado en esa hipótesis. Se me ocurre que esta mutación tecnológica concreta tiene unas características diferentes de todas las anteriores. La TIC ha aparecido como una novedad absoluta en la historia económica, y como tal debe ser comprendida, asimilada, y también, en su caso, rectificada en los aspectos que aparecen indeseables. Es lo que sugiere el mismo Leonard cuando señala que los estropicios sociales generados por una revolución “liberal” convocan paradójicamente el contrapeso necesario de más “socialismo”. Y en ese contexto convoca al espíritu de un Carlos Marx que refunfuña: «Ya lo decía yo.»

Tampoco confío demasiado en la posibilidad de poner remedio “desde fuera” a la innovación. Lo cierto es que la innovación ha impregnado ya el modo de vida de las sociedades avanzadas; ni los sindicatos, ni los gobiernos, ni los ciudadanos críticos, nos encontramos al margen de ella. No podemos corregirla desde fuera, porque estamos dentro. Wifis, iPads, iPhones, facebook... El acceso a las tecnologías de banda ancha ha cambiado la estructura del mundo; por así decirlo, ha modificado todos los puntos cardinales.

Esa es la novedad de la innovación, y no hay redundancia en la expresión. El modo de producción de bienes y servicios avanzaba hasta ahora por los carriles del maquinismo y de la automatización. Ahora el motor del progreso se ha desplazado a un terreno distinto. Estamos en la sociedad de la información. De tan repetida, la frase puede parecer vacía de contenido, pero no es así; los tópicos también apuntan a realidades operativas. El acceso a una información ingente, su tratamiento, su utilización, su manipulación, son las señas de identidad de nuestro mundo actual.

Ahora bien, si en este caso la innovación se diferencia de las anteriores y abarca un universo de transformaciones mucho más amplio, en una cosa sigue siendo igual a aquellas, o por lo menos tal es mi hipótesis de partida: la TIC es neutral en relación con el sistema productivo, y por tanto con el empleo y su remuneración. Es el modo concreto de gestionar y de utilizar la innovación lo que está erosionando los niveles salariales y creando desigualdades desmesuradas y abusivas en el universo del trabajo por cuenta ajena.

No entra en mi intención ni en mis capacidades entrar en filosofías de fondo sobre el tema de la sociedad de la información; sólo pretendo, y ya es seguramente demasiado, apuntar desde mi propia y mínima experiencia y desde mi intuición algunas posibles consecuencias prácticas para la acción de los sindicatos. A ese empeño dedicaré un próximo post.