lunes, 19 de enero de 2015

"CIUTAT MORTA" Y LA BUENA GENTE


La emisión del documental “Ciutat morta” por el Canal 33 de la televisión autónoma catalana ha levantado ampollas. Los hechos narrados ocurrieron durante el desalojo de una fiesta okupa en un inmueble propiedad del Ayuntamiento de Barcelona, en el año 2006. Un guardia urbano fue víctima del lanzamiento de un objeto contundente, probablemente una maceta aunque en el juicio posterior se habló de una piedra. Unos sospechosos muy improbables fueron detenidos, torturados en comisaría y condenados en un juicio plagado de irregularidades. Patricia, una de las damnificadas directas por el suceso, se suicidó poco después de salir de la prisión.
Truculencias policiales y errores – o prevaricaciones – judiciales, hay muchos. Lo singular de este caso no ha sido la comprobación de la existencia de esa cara oscura de la justicia y el orden, sino su pervivencia al paso de los años y de los mandatos municipales. Los hechos ocurrieron bajo un alcalde socialista; hoy es un alcalde convergente el que se niega a una rectificación y una revisión del caso. Un alto cargo sospechoso de haber tergiversado informes y destruido pruebas consiguió de un juez la censura de los cinco minutos de documental en los que aparecían su nombre y su imagen pública. Hablo de imagen pública, no de su intimidad personal o familiar: se trataba de su presencia en una rueda de prensa sobre otro caso oscuro ocurrido con posterioridad. Sin embargo, el juez aceptó el alegato de que esas imágenes de un funcionario en el ejercicio de sus funciones atentaban contra su dignidad, su intimidad y su imagen. No es que la censura judicial haya servido de nada en este caso, pero sí que se aprecia de nuevo el mismo sesgo que ha llevado a unas autoridades democráticamente instituidas a respetar hasta el escrúpulo los derechos de unos ciudadanos y conculcar a conciencia y a sangre fría los de otros. A proteger a la “buena gente” contra la patota.
Barcelona, ciudad de ferias y congresos, punto de destino del turismo mundial, sigue siendo una ciudad provinciana, con una burguesía provinciana que aspira a una independencia provinciana. En el cogollito de las escasas familias que “importan”, todo el mundo se conoce. Todos comparten unos mismos valores, un mismo sentimiento de ser la sal de la tierra, un mismo instinto atávico de cerrar filas contra el intruso, contra el forastero, contra el diferente.
Ni olvido ni perdón, se cantó anoche de madrugada delante de las velas encendidas en recuerdo de Patricia en la plaza de Sant Jaume. Si este consistorio es incapaz de emprender la vía de la restitución de la justicia a la que todos y todas somos acreedores, conviene en efecto no olvidarlo ni perdonarlo. Para el caso las elecciones están ya ahí, a la vuelta de la esquina.