Corren malos
tiempos para los pringaíllos, Don Bártolo ha resuelto ajustarse la toga. Antes
incluso de que entre en vigor la nueva ley española de antiyihadismo universal,
la guardia urbana de Barcelona, reconocida en el mundo por su celo en el
cumplimiento del deber, ha dado unos curros a un joven dominicano por si acaso
no era suyo el iPad que llevaba.
Cuando ingresé en
la mili los veteranos, después de señalarme el clavo en la puerta del cuartel en
el que debía dejar colgadas mis joyas de la familia, me aleccionaron acerca de cuál
era el “verdadero” primer artículo de las Ordenanzas militares. Rezaba así: «El
quinto, por el mero hecho de serlo, será severamente castigado.» El artículo
sigue en vigor; ahora que ya no hay ni mili ordinaria ni por consiguiente quintas,
póngase cualquier otro sinónimo en lugar de “quinto”.
Manifestaciones recientes
de ese principio inamovible son los expedientes abiertos a dos dirigentes
conspicuos de un determinado partido político; al uno, por posibles
irregularidades en la declaración tributaria de unos trabajos de asesoramiento
en Venezuela; al otro, por incumplimiento de las condiciones sobreentendidas de
realización de un trabajo universitario por el que recibía una beca. Sorprende
tanta severidad en nuestro Ministerio de Hacienda, después de un largo período
consuetudinario de barra libre a los caudales públicos para parientes, amigos y
amiguetes, con un larguísimo listado de implicados sub júdice en tropecientas mil
trapazas y enjuagues dentro y fuera de sus oficinas. Sorprende asimismo el
manto de moralidad estricta con el que de pronto cubre nuestra Alma Máter un
largo historial de endogamia, por no llamarlo cama redonda, en relación con sus
integrantes. ¿A qué vienen esos repentinos ataques de cuernos en instituciones
tan bonachonamente consentidoras con quienes ocupan los peldaños más altos del
escalafón?
No estoy excusando
irregularidades de currículos ni pequeñas defraudaciones al fisco, lo subrayo para
que se me entienda. Sería inadecuado e improcedente extender el manto de
impunidad a la gente de Podemos, también «por el mero hecho de serlo». Pero intuyo
que tanta severidad viene del síndrome de que hay que cerrar el paso como sea a
la avalancha que amenaza venírsenos encima. Y no es así como se hacen las cosas
en democracia. Tan mala es la acepción de personas cuando se practica a favor,
como cuando se practica en contra.
Pero además, es
inútil. Podemos no es el resultado de una turbulencia pasajera; procede de una
marea de fondo. Es una expresión, no la única aunque por el momento sí la más
afortunada, de un amplio movimiento sociopolítico en trance de autoorganizarse
a partir de los principios de la participación y el empoderamiento colectivos
de una porción creciente de la población, que se siente humillada, ofendida y
abusada. Llamadlo precariado, si queréis. Existe. Es imprescindible contar con él,
dialogar con él, tender puentes, ayudarlo a emerger y a adquirir los derechos
de ciudadanía que se le niegan.
Señalar los
defectos y errores evidentes de quienes en este momento lo encabezan no ayuda a
nadie: quien en realidad dirige ese movimiento es el general No Importa.
Castigar con una severidad ridícula a quienes despuntan en esa masa anónima es
como intentar parar un tsunami recortando la espuma que corona la ola.