El artículo de Sol Gallego-Díaz en el País de hoy, “Ni se les ve ni
se les oye”, viene a sumarse a una lista que se va haciendo progresivamente más
larga de voces que se preguntan qué les ocurre a los sindicatos en esta
coyuntura crítica. Se trata de voces amigas, y esto es algo que tiene que dar
de pensar en el seno de los estados mayores sindicales. No se trata de una
conspiración o confabulación universal contra algo que funciona bien y que no
hace falta cambiar. No se trata de ningún síndrome extraño de personas que
buscan a toda costa un protagonismo que ya no tienen, por el procedimiento de descalificar
a las direcciones actuales. Se trata de una inquietud social y política ubicada
en posiciones inequívocamente de izquierda. Y la inquietud crece al paso de los
días, porque la situación sigue estancada y no hay signos visibles de inconformismo
o, siquiera, de vitalidad. La fórmula avanzada por José
Luis López Bulla, «no sabemos vender nuestros logros», parece haber sido
aceptada con una unanimidad extraña, porque nadie se plantea la forma de vender
mejor los logros pasados, presentes y futuros, y en cambio aparece un tinte de
resignación: «es que somos la hostia, no tenemos remedio.»
Bienvenido sea,
entonces, el debate. Bienvenidas intervenciones como la de Ramón Alós en el blog Metiendo bulla. Con la misma
prudencia que él emplea, quiero decir que a mí también me parece, entrando en
el meollo de las estructuras, excesivamente rígida y descompensada la dicotomía
entre federaciones de rama y uniones territoriales. Por el camino del
fortalecimiento de la iniciativa sindical en el territorio sería posible llevar
a la participación y al compromiso a una pléyade de trabajadores a los que no
ampara una negociación colectiva centralizada erga omnes. Los omnes cada
vez van siendo menos, el precariado avanza. Y temas como el homeworking, que afecta sobre todo a las
mujeres, o el teletrabajo – y la lista podría ampliarse sin dificultad –, solo pueden
abordarse desde la organización de una actividad muy pegada al terreno. Al
territorio.
No coincido, en
cambio, con Ramón en su apreciación de que el sistema basado en los comités de
empresa ha sido globalmente positivo. No me valen las estadísticas. Era del
todo previsible una correlación entre mayor afiliación y mejor funcionamiento
de comités de empresa. El problema es el del huevo y la gallina. O sea, si es
la presencia del comité lo que promueve la afiliación, o si es la presencia de
afiliación lo que promueve un funcionamiento positivo del comité. Yo me inclino
por la segunda opción. Una petición de principio parecida se la oí a Joan Coscubiela en su intervención en el acto del
Cincuentenario de la CONC. Dijo Joan que en las empresas sindicalizadas la
valoración del sindicato es alta, y en cambio es mala en las que no cuentan con
afiliación. Habría motivo para felicitarse solo en el caso de que las empresas con
presencia sindical fuesen una gran mayoría; pero no ocurre así. El problema,
entonces, es cómo extender la afiliación, y con ella una valoración más positiva de la acción sindical, a las empresas, los sectores, las
profesiones, los estratos de trabajo por cuenta ajena, donde ni está presente el
sindicato ni se le espera. Porque si el sindicato se conforma con conservar su
influencia en el ámbito reducido que aún controla, carece hoy por hoy del poder
de intimidación necesario para luchar con posibilidades de éxito por los
derechos conectados de una u otra forma con la prestación del trabajo, con los
trabajadores.
Fue Bruno Trentin el primero en plantear, cuando ocupó la
secretaría general de la CGIL, el objetivo ambicioso de un «sindicato de los
derechos». Es eso exactamente, en los mismos o muy parecidos términos a como
Trentin lo formuló, lo que muchos amigos del sindicato, y yo me pongo el último
de la fila entre ellos, estamos esperando ver emerger en la actual situación de
desconcierto sindical.