Un puñado de
personas, demasiado pocas, escuchamos anoche en el Speaker’s Corner del Museu d’Història
de Catalunya las explicaciones que nos dieron Dolors
Comas y Mónica Vargas sobre la marcha muy
reservada de las negociaciones entre Estados Unidos y la Unión Europea en
relación con lo que se anuncia como un Tratado Transatlántico de Comercio e
Inversiones, el TTIP.
El Tratado se
dirige a encauzar y facilitar las inversiones de las corporations americanas en el ámbito europeo. Su intención es
remover las barreras «no arancelarias» que dificultan esas inversiones. Alguien
puede preguntarse por qué precisamente las «no» arancelarias. Fácil: porque las
barreras arancelarias ya están removidas. Para los capitales multinacionales
todo el globo terráqueo es un gran paraíso fiscal, gracias a diversas
ingenierías legales o extralegales.
Quedan entonces los
obstáculos «no» arancelarios. Son de dos tipos, medioambientales y sociales; es
decir, son de tal naturaleza que hace falta un compromiso solemne de los
gobiernos europeos para despejar el camino, porque las “barreras” que se trata
de remover son derechos constitucionales de las personas, de muchas personas.
Una vez más, los
negocios chocan con la democracia. Y la solución que proponen los negociantes es
dejar la democracia a un lado. O bien recortarla, hoy un poquito, mañana otro
poquito. Manejan las corporations un
argumento de peso: si no hay facilidades, no hay inversiones. Si no es rentable
acumular capitales en lo que llaman el eje atlántico, pueden perfectamente
trasladarlos al eje pacífico. O bien a otro en el que encuentren una mayor
comprensión. De América latina se ha dicho muchos años que era el patio trasero
de los Estados Unidos. Ahora el imperio americano dispone de varios y cómodos
patios traseros hacia los que dirigir sus apetencias, y se comporta en todos
ellos con la misma falta de escrúpulos y de ética; con la misma franqueza
brutal del business is business.
Entre los derechos
sociales que quedarían vulnerados por el tratado figuran en un lugar de honor
las garantías laborales. Se reaviva el viejo conflicto entre el capital y el
trabajo: las corporations no quieren ver
a los sindicatos ni en pintura. Quien sostenga que los sindicatos son hoy un
instrumento obsoleto en el ámbito de las flamantes relaciones de trabajo, debe
saber por lo menos por boca de quién está hablando. Quien se desentienda del
tema, debe ser consciente de hacia qué tipo de sociedad nos conduce la
amputación en vivo de las organizaciones creadas por los trabajadores para la
defensa de sus derechos.
Y sin embargo, hay
en todo este tema una dejación de soberanía inexplicable por parte de los
parlamentos soberanos. El TTIP se está negociando en secreto, sin luz ni
taquígrafos: solo se conocen algunos detalles por filtraciones, y esos detalles
resultan suficientemente alarmantes como para exigir más información, toda la
información disponible sobre algo que nos afecta directamente.
Pues bien, ni el
parlamento europeo, ni el español, ni el autonómico catalán (no hablo de otros
porque ignoro los detalles), han dado luz verde a peticiones de ese tenor. Conservadores
y socialdemócratas, PP, PSOE, CiU, todas las mayorías imaginables, han vetado las
iniciativas dirigidas a ese propósito. El abortado negocio de Eurovegas en la
Comunidad de Madrid puede ser el indicio de por dónde irán los tiros en un
futuro próximo. Allí se retiraron las barreras laborales, sociales y
medioambientales; y si no se concluyó el negocio, no fue por ninguna
resistencia de las autoridades representativas de la soberanía popular.
Las preguntas
entonces son: ¿Dónde reside la soberanía popular? ¿Es concebible que las autoridades
democráticamente elegidas la secuestren? ¿Hasta dónde va a llegar el
vaciamiento de la democracia al que estamos asistiendo más o menos atónitos?
Tendremos que
buscar nosotros mismos respuesta a esas preguntas.