Cataluña es un país
pequeño. Lo dijo un día Pep Guardiola y nadie le creyó porque hablaba desde la
conquista de seis grandes copas en un año. Pero la realidad es esa. Para
hacerse una idea de los parámetros en los que nos movemos, es útil consultar
las medidas aproximativas calculadas a ojímetro por Pere Quart (1): tres
colinas forman una cordillera, cuatro pinos un bosque espeso, cinco cuarteras
un latifundio. El poeta se refería en concreto a una comarca, el Vallès, pero
créanme, el resto de la geografía catalana no contradice de forma sustancial
ese paradigma.
Quizá como
consecuencia de esa escala reducida, el llamado Procés hacia la independencia
se ha concebido al modo de la miniatura grabada en un camafeo, más que como una
epopeya grandiosa. El viaje a Ítaca se ha reducido a las dimensiones de una
jira campestre. Ni Circes, ni Escilas y Caribdis, ni cíclopes, ni lestrigones:
el único obstáculo es Madrid.
Madrid es también
de lo único que deseamos liberarnos. Aceptamos la OTAN y la defensa occidental,
las nucleares, los fondos monetarios de todo tipo, la Unión Europea con su
Banco Central, la regla del equilibrio presupuestario. Todo menos Madrid. Y
esperamos convencer a las autoridades internacionales acreditadas (a las que
reconocemos y respetamos) y a los mercados financieros (cuyas leyes caprichosas
adoramos tanto como los que más) de que somos distintos de los vecinos de la
otra orilla del Ebro: no solo somos más solventes, sino además gente
encantadora con la que da gusto convivir.
La aceptación de
nuestro Procés por parte del entorno
europeo no ha avanzado mucho hasta ahora. Vamos, que está aún en pañales, es
preciso reconocerlo. Hay serios obstáculos en ese sentido, pero cabe destacar
uno por su carácter novedoso: las cosas han empezado a moverse de pronto del
lugar donde estaban.
Es decir, había en
Europa un pelotón de los torpes, los PIGS (Portugal, Ireland, Greece, Spain),
con el que por nada del mundo deseábamos ser confundidos. Nosotros estábamos
más cerca de Estrasburgo y de Bruselas, nosotros nos identificábamos más con el
pensamiento de Merkel y Lagarde, nosotros llegado el caso seríamos alumnos
aplicados de las recetas propuestas por la troika, bendita troika si nos salvaba
de Madrid.
En esas estábamos,
timoneados por los dos Mas (Artur y Colell) y los otros numerosos Mas-ters que
arrastran. Escuela de Chicago, oiga, poca broma. Y de pronto, en las
profundidades de la anatema surge un hecho nuevo que todo lo desbarata: Syriza
gana las elecciones griegas, sin necesidad de plebiscitarias ni nada, y nos
sitúa frente a otra realidad, frente a un horizonte distinto. Cambian de un día
para otro los puntos cardinales, la brújula se vuelve loca, ya no se puede
estar seguro de que el Norte sea el Norte y de que el Sur no exista. Justo en
el momento en que teníamos desplegadas ya las cartas sobre la mesa, cuando
empezábamos a planear la creación de estructuras de Estado, sean ellas las que
fueren.
Y todas estas
turbulencias distraen al personal. Ya nadie está seguro de que el 27S vaya a
ser un acontecimiento mundial, de que el Procés acaricie su meta última, de que
la independencia aparezca inscrita en la agenda del año que viene. El personal
se ha puesto a mirar en otra dirección.
(1) Para quienes no
conozcan el pequeño poema de Joan Oliver/Pere Quart, incluido en Corrandes de l’exili: En ma terra del Vallès
/ tres turons fan una serra, / quatre pins un bosc espès, / cinc quarteres
massa terra. / Com el Vallès no hi ha res.