El otro día el
Augusto se llevó de merienda a sus discípulos predilectos al monte Tabor, y en
estas que tuvo lugar un extraño fenómeno. La cima del monte se iluminó con una
luz intensa y comparecieron dos figuras venidas del más allá. La una nítida,
resplandeciente y sin bigote; la otra, ligeramente desenfocada pero con una
actitud inequívocamente amenazadora. Moisés y Elías.
Moisés tomó la
palabra, severo: «Augusto, ¿dónde está el PP?»
El Augusto
reaccionó con cierta incomodidad: «Vete a saber, unos aquí y otros allá, cada
cual a su bola. ¿Y quién es ese que está ahí en segundo plano?»
«Es Elías, el que
te pasaba puntualmente todos los meses tu sobresueldo», dijo Moisés. Y Elías
emitió una risita sarcástica.
«Yo a ese señor no
le conozco de nada», declaró el Augusto, impávido.
Moisés lo miró a
los ojos. «Yo solo respondo de mí mismo», aseveró.
«Yo tampoco firmé
nunca ningún recibo», retrucó el Augusto.
Se añadieron a la
conversación los discípulos presentes: la Esmeralda del pandero, la gitana
María de la O, la Lola de las coplas, don Trapazas y algún otro. Entre todos hicieron
un recuento de los enemigos, y salieron muchos y muy viles: ETA, los
nacionalismos, los populismos, los comunistas desfasados, los jueces levantiscos.
«Se está bien
aquí», dijo la Lola. «Podríamos levantar tres tiendas, una para el Augusto, otra
para Moisés y la tercera la sorteamos. Elías que se apañe como pueda.»
Al Augusto no le
pareció bien la idea. Alegó problemas de agenda.
Moisés lanzó
entonces la última andanada: «¿Quiere realmente el PP ganar las elecciones?»
Los discípulos
temblaron, pero el Augusto estuvo a la altura de las circunstancias: «Bueno, tenemos
a nuestro favor a Christine Lagarde y a Standard & Poor.»
Moisés y Elías se
retiraron refunfuñando y la luz intensa que brotaba de la cima del monte se
extinguió. Mientras regresaban al patio de Monipodio, el Augusto dio
instrucciones a sus discípulos: «De lo que ha ocurrido hoy, ni una palabra a
nadie, ¿entendido?»