Debo a Javier Aristu el conocimiento de una entrevista muy
reciente a Stefano Rodotà, en MicroMega. El
entrevistador, Giacomo Russo Spena, interroga al maestro sobre la posibilidad
de un trasplante “a la italiana” de la experiencia exitosa de Syriza. Rodotà
responde que el nuevo sujeto de cambio no puede ser un partido político. Syriza
no ha sido en estos años pasados “solo” un partido. Ha sabido tejer redes de
solidaridad eficaces, ha desarrollado formas de mutualismo, de
microfinanciación, de defensa directa de los derechos…; en síntesis, repito sus palabras, ha llevado a cabo una
«democracia de proximidad» y ocupado un espacio que en Italia (o en España) no
está vacío.
El Estado social, argumenta
Rodotà en la entrevista, fue un escaparate montado por occidente frente a los
países socialistas. Una vez desaparecido de escena el llamado «socialismo
real», el escaparate “buenista” también ha quedado arrumbado en el cuarto
trastero. Las desigualdades se han disparado de forma automática al eliminarse
ese elemento amortiguador, que había creado una falsa conciencia de seguridad
en la ciudadanía. El individuo se sentía arropado por el Estado benefactor, no
hacían falta intermediarios entre ellos, un bienestar siquiera mínimo se alcanzaba sin
(demasiado) esfuerzo, la solidaridad estaba institucionalizada y el fardo de preocupaciones
vitales, laborales y sociales podía dejarse a un lado porque todo estaba bajo
control, en buenas manos.
Entonces los
partidos políticos de masas vehiculaban las demandas surgidas de la sociedad, y
el Estado subvenía a ellas. No a todas, ni de una forma irreprochable sin
duda, pero el juego de mayorías y minorías, de derechas e izquierdas, se
centraba en esas cuestiones, y en ellas se cifraban los contrastes.
Un escenario
diferente requiere protagonistas diferentes. Ojo, no en el sentido de la
frase-latiguillo de Susana Díaz. Ella ha dicho:
«No es la hora de los partidos, sino la de la gente.» Yo retrucaría: es la hora
de los partidos y de la gente.
La gente. No el
mogollón, no la plebe. Tampoco el “ciudadano”, que es solo una abstracción
vacía e inerme frente a los engranajes de la política de viejo cuño. La gente
activa, unida entre sí, cohesionada por lazos reales de solidaridad y de
compromiso. La gente empoderada. (Recuerdo a este respecto algunos artículos valiosos
y sugerentes de Carlos Arenas Posadas.)
Y además de la
gente, los partidos. Ya no como los de antes sino dotados de una
horizontalidad y de una sensibilidad nuevas. Partidos ni de masas ni de
personalidades, sino capaces de aportar ideas, esfuerzos y experiencias a una
«coalición social», a una «democracia de proximidad» y desde la proximidad.
En ese contexto
conviene reflexionar de nuevo sobre el papel del sindicato. «Ni se le ve ni se
le oye», ha dejado dicho Sol Gallego, y ha
levantado una polvareda. Pero quizá se refiere solo a que el sindicato no
aparece en un escenario en el que la “gente” empoderada, o por empoderar aún, sí
lo espera, lo añora y lo reclama. Es quizá el momento de que el sindicato “regrese”
a la política. Lo pongo entre comillas, porque siempre ha estado en ella, forma
parte legítima de esa «democracia de proximidad» a la que alude Rodotà. Me
refiero a que deje a un lado la discreción y ocupe el centro de la escena (la «centralidad
del tablero», diría Pablo Iglesias). Que exija,
que opine, que discuta, que promueva políticas solidarias en primera persona. No
solo no es malo que los sindicalistas se reúnan con las direcciones de los
partidos; hay gente esperando que lo hagan. Y digo más. Entre el sindicalismo y
el iuslaboralismo existe desde siempre una línea de entendimiento y de diálogo.
¿Por qué no explicitarla, transmitir una posición común al pluriverso del
trabajo, que está expectante si no está indignado? El manifiesto de los
catedráticos y profesores laboralistas de la UAM debería ir seguido por otro que
lleve también la firma de los sindicatos. Hay un work in progress que interesa sobremanera a ambas partes: un nuevo
Estatuto de los Trabajadores, adecuado a la realidad actual. Y ese Estatuto
soñado no surgirá de la nada.