martes, 27 de enero de 2015

SINDICATO, SOLIDARIDAD, VISIBILIDAD


Debo a Javier Aristu el conocimiento de una entrevista muy reciente a Stefano Rodotà, en MicroMega. El entrevistador, Giacomo Russo Spena, interroga al maestro sobre la posibilidad de un trasplante “a la italiana” de la experiencia exitosa de Syriza. Rodotà responde que el nuevo sujeto de cambio no puede ser un partido político. Syriza no ha sido en estos años pasados “solo” un partido. Ha sabido tejer redes de solidaridad eficaces, ha desarrollado formas de mutualismo, de microfinanciación, de defensa directa de los derechos…; en síntesis, repito sus palabras, ha llevado a cabo una «democracia de proximidad» y ocupado un espacio que en Italia (o en España) no está vacío.
El Estado social, argumenta Rodotà en la entrevista, fue un escaparate montado por occidente frente a los países socialistas. Una vez desaparecido de escena el llamado «socialismo real», el escaparate “buenista” también ha quedado arrumbado en el cuarto trastero. Las desigualdades se han disparado de forma automática al eliminarse ese elemento amortiguador, que había creado una falsa conciencia de seguridad en la ciudadanía. El individuo se sentía arropado por el Estado benefactor, no hacían falta intermediarios entre ellos, un bienestar siquiera mínimo se alcanzaba sin (demasiado) esfuerzo, la solidaridad estaba institucionalizada y el fardo de preocupaciones vitales, laborales y sociales podía dejarse a un lado porque todo estaba bajo control, en buenas manos.
Entonces los partidos políticos de masas vehiculaban las demandas surgidas de la sociedad, y el Estado subvenía a ellas. No a todas, ni de una forma irreprochable sin duda, pero el juego de mayorías y minorías, de derechas e izquierdas, se centraba en esas cuestiones, y en ellas se cifraban los contrastes.
Un escenario diferente requiere protagonistas diferentes. Ojo, no en el sentido de la frase-latiguillo de Susana Díaz. Ella ha dicho: «No es la hora de los partidos, sino la de la gente.» Yo retrucaría: es la hora de los partidos y de la gente.
La gente. No el mogollón, no la plebe. Tampoco el “ciudadano”, que es solo una abstracción vacía e inerme frente a los engranajes de la política de viejo cuño. La gente activa, unida entre sí, cohesionada por lazos reales de solidaridad y de compromiso. La gente empoderada. (Recuerdo a este respecto algunos artículos valiosos y sugerentes de Carlos Arenas Posadas.)
Y además de la gente, los partidos. Ya no como los de antes sino dotados de una horizontalidad y de una sensibilidad nuevas. Partidos ni de masas ni de personalidades, sino capaces de aportar ideas, esfuerzos y experiencias a una «coalición social», a una «democracia de proximidad» y desde la proximidad.
En ese contexto conviene reflexionar de nuevo sobre el papel del sindicato. «Ni se le ve ni se le oye», ha dejado dicho Sol Gallego, y ha levantado una polvareda. Pero quizá se refiere solo a que el sindicato no aparece en un escenario en el que la “gente” empoderada, o por empoderar aún, sí lo espera, lo añora y lo reclama. Es quizá el momento de que el sindicato “regrese” a la política. Lo pongo entre comillas, porque siempre ha estado en ella, forma parte legítima de esa «democracia de proximidad» a la que alude Rodotà. Me refiero a que deje a un lado la discreción y ocupe el centro de la escena (la «centralidad del tablero», diría Pablo Iglesias). Que exija, que opine, que discuta, que promueva políticas solidarias en primera persona. No solo no es malo que los sindicalistas se reúnan con las direcciones de los partidos; hay gente esperando que lo hagan. Y digo más. Entre el sindicalismo y el iuslaboralismo existe desde siempre una línea de entendimiento y de diálogo. ¿Por qué no explicitarla, transmitir una posición común al pluriverso del trabajo, que está expectante si no está indignado? El manifiesto de los catedráticos y profesores laboralistas de la UAM debería ir seguido por otro que lleve también la firma de los sindicatos. Hay un work in progress que interesa sobremanera a ambas partes: un nuevo Estatuto de los Trabajadores, adecuado a la realidad actual. Y ese Estatuto soñado no surgirá de la nada.