lunes, 5 de enero de 2015

TRABAJO Y HUMANIZACIÓN


Confirmo desde ya mi asistencia – salvo impedimento de fuerza mayor – el 18 de febrero al acontecimiento singular que José Luis López Bulla anuncia en su blog: un diálogo entre un filósofo y un sindicalista en torno al tema del trabajo. Ocurrirá tal cosa en el Speaker’s Corner del Museu d'Història de Catalunya, que desde el pasado noviembre acoge una exposición nada convencional dedicada a los cincuenta años cumplidos por la Comissió Obrera Nacional de Catalunya como protagonista destacada de la historia social catalana.
El sindicalista será el propio López Bulla; el filósofo, Víctor Gómez Pin. Adjunta José Luis en su “borrador” de presentación una cita ilustrativa de uno de los últimos trabajos de Víctor. Transcribo la frase clave de dicha cita: «Es simplemente insoportable que la polaridad entre trabajo embrutecedor y pavor a perder tal vínculo esclavo se haya convertido en el problema subjetivo esencial, en el problema mayor de la existencia. El tiránico orden social que posibilita tal cosa no es in-humano (sólo los humanos son susceptibles de forjar prisiones físicas o espirituales) sino literalmente des-humanizador, una máquina para impedir que los humanos seamos cabalmente tales.»
La frase ofrece en pocas líneas muchas sugerencias para un diálogo de fondo. A la espera de lo que nos digan sobre el tema los dos calificados ponentes, me atrevo a dar dos pespuntes sobre la relación entre «trabajo» y «humanización».
El trabajo humano ha sufrido una campaña sistemática de desprestigio. Todo empezó con la maldición de Yahvé, «Ganarás el pan con el sudor de tu frente», en el primer libro de la Biblia, el Génesis, o sea el comienzo de todo. Desde la elevación de aquel texto a la categoría de sagrado, de inspirado por Dios mismo, se ha considerado al trabajo como un azote, algo de lo que la humanidad debería liberarse.
En la misma línea parece ir Gómez Pin al hablar de «trabajo embrutecedor». Pero no es así. Hay un trabajo embrutecedor, en efecto, pero también hay otro.
El sociólogo Guy Standing (que también ha hablado recientemente en el Speaker’s Corner) establece en su reciente libro Precariado. Carta de derechos, una distinción que apoya en una sutileza de la lengua inglesa. A saber, el trabajo en su sentido genérico (work) expresa algo que se construye, que se crea (incluso gozosamente); el ingrato trabajo por cuenta ajena (labour) alude a una fatiga, un esfuerzo, como en Love’s Labour’s Lost, los trabajos de amor perdidos de la comedia de William Shakespeare.
En el primer sentido, el trabajo es una prerrogativa humana; la modificación de la naturaleza en su provecho. Ninguna otra especie animal o vegetal trabaja en el sentido del work, salvo fenómenos muy puntuales. En el sentido del labour, el hombre ha domesticado a muchas especies animales y las ha explotado poniéndolas a su servicio: el mulo de carga, el perro que levanta la caza, el buey que ara.
También los hombres (me refiero tanto a varones como mujeres, y conviene señalar que la historia de unos y otras no ha sido ni mucho menos igual) han sido explotados y des-humanizados por otros hombres que los utilizaban y los obligaban a laborar, de muy distintas maneras, en su provecho. Todo arranca de la funesta invención de la propiedad privada, que Karl Marx consideró como una aberración, simple y llanamente. (Yo estoy con él al cien por cien. Soy comunista, dicho queda sin la menor intención de ofender a nadie.) La institución de la propiedad privada de los medios de producción desvirtuó el sentido del trabajo-work, que es algo que debería hacerse de forma natural y compartida, sin ánimo de lucro, en provecho del común, e instauró el trabajo-labour como fuente de lucro privado y como constatación de un dominio omnímodo del propietario sobre el sometido, el esclavo, tratado como un animal o como una simple cosa desprovista de todo derecho y de toda dignidad.
A partir de ese inmenso error primigenio, de ese auténtico pecado original, la historia de la humanidad se ha convertido en historia de la humanización; de la devolución progresiva al género humano, a los hombres y a las mujeres, de la libertad y la igualdad que les corresponde ontológicamente; y de la construcción de toda una panoplia de derechos reconocidos que derivan de su dignidad imprescriptible.
El trabajo ha sido la herramienta insustituible de esa ascensión de la humanidad hacia sí misma: la conexión palpable del varón y la mujer con la naturaleza por un lado, y con la sociedad en la que se integran, por otro. El grado de autoconciencia humana se calibra por el reconocimiento del trabajo en tanto que útil para el común, y progresa a medida que el labour o trabajo-fatiga va transformándose en work, trabajo libre, acto voluntario de creación.
Nos encontramos en un repliegue de la historia, en un momento de descenso generalizado en la valoración del trabajo; por tanto, de auge de la barbarie. Con el telón de fondo del taylorismo como «organización científica de la producción» y de la “brillante” idea del obrero como gorila amaestrado que repite mecánicamente un mismo gesto y no necesita pensar – al contrario, preferible que no piense –, se ha llegado a un estadio de la producción nuevo en el que se promueven formas de trabajo fragmentadas, incoherentes, dispersas en el tiempo y en el espacio y realizadas por sujetos kleenex, aptos para usar y tirar, sin que su participación en la producción suponga no ya una remuneración más o menos proporcional al valor creado, sino ni siquiera la generación de derechos sociales ni cívicos ni una protección adecuada contra los riesgos que asumen en su trabajo y en su vida. Para no referirme a la arbitrariedad suprema con la que se da y se quita el trabajo a quien no lo puede elegir ni rechazar, porque su existencia y la de los suyos depende de ese vínculo incierto.
Y la razón de todo ello no es que el trabajo escasee; hoy se trabaja en el mundo más que nunca, pero en un entorno globalizado en el que las desigualdades, cultivadas con esmero, permiten seleccionar una mano de obra forzada prácticamente a aceptar condiciones abyectas.
Eso es trabajo «embrutecedor». Eso es «des-humanizador». Y eso es lo que viene a resultarnos «simplemente insoportable».