Los políticos y los
comentaristas políticos, dos especies zoológicas que viven en simbiosis y se
realimentan recíprocamente, insisten en que todo el problema se reduce a
Cataluña, y en que una vez descabezada la rebelión y puestos a la sombra sus
cabecillas, podremos volver a la normalidad.
La normalidad, por
desgracia, es el master de Cristina Cifuentes, una partícula insignificante de corruptela
en un océano de fango, una mentirijilla construida artificiosamente (un “Notable”
allí donde constaba un “No presentado”) para adornar un currículum sin valor. Cifuentes
no falsificó la nota como escalera de mano mediante la cual realizar una
ambición, lo hizo a la inversa: primero obtuvo mediante influencias el puesto
de mando en plaza que aún ocupa, y luego utilizó el poder consiguiente para
hermosear sus méritos dudosos.
El master de Cifuentes
da para una corrección posmoderna de la parábola evangélica de los viñadores.
En este caso sería la obrera llegada después
de la última hora de vendimia la que arramblaría con los jornales de todos los
que trabajaron en algún momento entre el amanecer y la puesta del sol. Y la
moraleja no podría ir mucho más allá de la siguiente jaculatoria incorrecta
políticamente: “Que os jodan, pringaos.”
Cataluña no es el
tumor que afecta a la España una: Cataluña es solo una metástasis. Un catalán
ya desaparecido, Jaime Gil de Biedma, expresó con una concisión imposible de
mejorar el sentimiento de hastío y el deseo de escapismo que nos invade en
algunos domingos lluviosos y vacíos, en los que la calefacción puesta a tope no
aminora el frío gélido en el alma. Son versos muy conocidos, pero los
reproduzco porque la poesía, que oficialmente no sirve para nada, sigue siendo el
único bálsamo eficaz para sobrellevar ciertas marejadas anímicas.
«En un viejo país ineficiente, / algo así como
España entre dos guerras / civiles, en un pueblo junto al mar, / poseer una
casa y poca hacienda / y memoria ninguna. No leer, / no sufrir, no escribir, no
pagar cuentas, / y vivir como un noble arruinado / entre las ruinas de mi
inteligencia.»