Una crónica de
Ferran Bono en elpais da cuenta de la atención que está suscitando
recientemente el poeta valenciano Ausiàs March en círculos culturales oficiales:
una edición bilingüe de sus Dictats en
Cátedra (la bilingüe es la única vía para interesar a la cultura castellana en
un autor que se expresó en una lengua distinta, llámesele catalán, o
valenciano), dirigida por el hispanista Robert Archer; más unas Jornadas
dedicadas a su poesía por la Fundación March.
Bono cae en varias
inexactitudes en su crónica. Conceptúa a Ausiàs como misógino, cosa que no se
le ocurriría a nadie que lo haya leído; lo sitúa “en las postrimerías de la
Edad Media”, cuando bebió de las fuentes del Dante y de Petrarca, del dolce stil nuovo que mal puede
considerarse ya medieval; y dice de él que fue “el primer poeta en su idioma”. Hombre,
según. El primero de su época en orden de importancia, tal vez; de ningún modo
el primero cronológicamente, a menos que retiremos el saludo a Ramon Llull,
Bernat Metge, Anselm Turmeda o el mismísimo Pere March, padre de Ausiàs.
Reconocer la valía de este último tampoco debería comportar el olvido de Jordi
de Sant Jordi, que murió muy joven en Italia, de Andreu Febrer, traductor de la
Commedia de Dante al catalán, de Joan
de Timoneda, de Lluís de Vilarrasa…
Constata además el
articulista que la obra de March fue elogiada, ya en su época, por el Marqués
de Santillana. Hubo bastante más que eso: el joven Íñigo López de Mendoza, aún
sin el título que lo adornaría años más tarde, y su jovencísima esposa Catalina
Suárez de Figueroa, acompañaron al rey Ferran (llamado de Antequera) a los
territorios de la Corona de Aragón y estuvieron presentes en la coronación de
Alfonso V. López de Mendoza fue íntimo de los hermanos del nuevo rey, los muy nombrados
Infantes de Aragón, dueños entonces de más de media Castilla. En Barcelona
conoció a Ausiàs (Alfonso lo había nombrado halconero real, y a Íñigo su
copero, dos oficios de corte que bien pueden catalogarse de sinecuras), a Jordi
de Sant Jordi y a Andreu Febrer, y leyó a los poetas provenzales, a Virgilio y
a Dante, por lo menos y que se sepa. Según fuentes, el futuro marqués hablaba a
la perfección el catalán e incluso componía versos en esta lengua. Cuando
Alfonso montó la gran expedición a Italia, que pasaría por Cerdeña y Sicilia
antes de aterrizar en el Nápoles de la reina Juana, Íñigo renunció a
acompañarlo (no le faltaron ganas) y se volvió para administrar sus posesiones a
Carrión de los Condes, con su esposa y su primogénito y heredero Diego Hurtado
de Mendoza, nacido en Barcelona. En Carrión encendería la llama del primer
Renacimiento castellano, que prendió espléndidamente en sus parientes Gómez y
Jorge Manrique.
De modo que en esas
estamos: un contexto ya nada medieval, que anticipa lo que va a ser el
Renacimiento maduro en Castilla y en mucho menor medida en Aragón, donde las
guerras civiles van a agostar aquel florecimiento temprano.
He tenido el
atrevimiento, en este mismo blog, de comparar a Ausiàs con Quevedo en dos
composiciones amorosas, y dar la palma al primero en perjuicio del segundo. El
lector curioso puede encontrar esa pieza, irreverente con las clasificaciones
habituales y abiertamente crítica con nuestros estamentos de la cultura, en http://vamosapollas.blogspot.com.es/2017/06/ausias-versus-quevedo.html.
No hace falta
expresar, entonces, cuánto me alegro de este repentino y tardío
renacimiento de Ausiàs March. Nunca es tarde si la dicha es buena.