viernes, 16 de marzo de 2018

LE CARRÉ CIERRA EL CÍRCULO


Dicho de forma genérica, John Le Carré escribe novelas “de espías”. Se trata de un mundo peculiar que David Cornwell, la persona real que se oculta detrás del nom de plume, conoció de primera mano en los años de la guerra fría. El mundo que retrata en su obra es esencialmente masculino ─ en el peor sentido de la palabra ─, y en él los peces chicos son enviados al sacrificio para engrosar el currículo de unos peces gordos fanfarrones, inescrupulosos y crueles. El patriotismo es en ese ambiente un concepto sin apenas sentido, una simple muletilla con la que ayudarse para componer una figura aventajada en los círculos más restringidos del poder y engrosar de paso la cuenta corriente. Los jefes del espionaje siempre están en el escaparate, ofrecidos en venta al mejor postor.
Las novelas de Le Carré funcionan desde esta óptica desengañada. No todas tienen la misma calidad, las hay mejores y peores. Seguramente la saga más justamente famosa es la que tiene por protagonistas a George Smiley, un espía al servicio de su majestad británica tan distinto de James Bond como puede ser concebible; a Karla, el temible espía soviético que actúa de contraparte, y al misterioso topo que ocupa un lugar prominente en el Circus británico pero trabaja en secreto para la Casa Rusia. Esta serie se desarrolla a lo largo de tres novelas: El topo, El honorable colegial y La gente de Smiley. Conviene leer la trilogía en su orden, desde luego, aunque yo lo hice en el más disparatado posible: primero la tercera, porque me vino de regalo; luego la primera, porque se me había despertado la curiosidad; y la segunda algunos años después y con todas las claves ya reveladas, por lo que siempre ha sentido hacia ella un aprecio mucho menor.
Le Carré ha publicado ahora El legado de los espías (Planeta 2018, traducción de Claudia Conde) a partir de una obra anterior a las tres citadas pero que comparte con ellas el mismo clima de angustia, traición y doble juego: El espía que surgió del frío. Y cierra con ella el círculo de la historia de Smiley, un Smiley en paradero desconocido, que tal vez ha muerto o tal vez sigue vivo y operativo. A uno de sus subordinados directos, Peter Guillam, octogenario, le reclama cuentas por su conducta de otro tiempo precisamente el hijo alemán de Alec Leamas, el espía caído al regresar del frío cincuenta años atrás. El establishment defenderá a Guillam o se desentenderá oficialmente de él en función de considerandos y puntillos jurídicos que dependen de la versión de los hechos que sea posible establecer a partir de actas y documentos polvorientos encerrados en un Circus que ya ni se llama así ni está situado en el mismo edificio que antes.
Todo ha cambiado: la geopolítica, las reglas, las actitudes. En una escena globalizada tan diferente del mundo bipolar de la guerra fría, los viejos compromisos revelan de pronto facetas siniestras, y los jóvenes tiburones de la nueva burocracia, o bien no entienden lo que antes se daba por consabido, o lo interpretan todo de manera muy distinta a como entonces se solía.
Lo realmente sorprendente del mundo lóbrego y maloliente de los espías de Le Carré, es que se parece tanto al nuestro.