En España el odio y
el menosprecio son delito cuando van en la dirección no conveniente, pero se
convierten en ejercicio de la libertad de expresión si van en el sentido
adecuado.
No descubro nada
con la anterior afirmación; es una constante de la vida cotidiana en este país.
Pablo Hasel, un rapero, acaba de ser condenado a dos años y medio de cárcel por
insultos graves similares a los que vierten diariamente con la mayor impunidad
los Inda, Losantos, Marhueda y tutti
quanti. Salvo que ellos lo hacen en la dirección adecuada.
Unos jóvenes de
Alsasua tuvieron una pelea en un bar con dos guardias civiles de paisano,
durante las fiestas del pueblo. Van a ser juzgados por terrorismo y delito de
odio. Sus abogados han recurrido la presencia en el tribunal que debe juzgarles
de la magistrada Concepción Espejel, casada con un coronel de la Guardia civil
y condecorada por méritos contraídos con dicho cuerpo.
Nadie había
percibido ningún contrasentido en esa circunstancia. La imparcialidad no es un
valor importante para nuestro establishment.
Se prefiere con mucho la parcialidad patente por la buena causa.
En una escala
bastante diferente de valores, el árbitro Mateu Lahoz decidió el resultado del
partido Las Palmas-FC Barcelona al ignorar una mano fuera del área del portero
canario, para evitar el remate a puerta de un delantero que se presentaba en
soledad absoluta. Según el reglamento, es falta y expulsión del infractor.
Mateu decidió no ver lo evidente, y pitó el descanso un minuto antes del tiempo
reglamentario.
En la continuación
demostró que no era corto de vista, porque pitó penalti contra el Barça en una
acción en la que tal vez en un rebote el balón rozó la mano de un defensor
barcelonista. Si hubo o no mano (desde luego, involuntaria) sigue siendo objeto
de polémica aun después de cientos de pases en la moviola; pero “Ojo de Halcón”
Mateu pitó penalti sin vacilar.
Javier Tebas,
presidente de la Liga y militante de Fuerza Nueva, ha declarado que lo sucedido
es enteramente normal y no ha de ser considerado con suspicacias. Sí le parece
punible en cambio la actitud de Piqué, al hacer callar en el estadio de
Cornellá, después de meter un gol, al público que estaba insultándoles a él, a
su compañera y al hijo de ambos. Según Tebas, la actitud de Piqué fue de
provocación. No han sido objeto de sanción los insultos del público. El juez
único de la Liga, sin embargo, ha desestimado la denuncia del club RCD Español
contra Piqué. También el Supremo ha absuelto a la tuitera Cassandra por unos
chistes sobre Carrero Blanco.
Pero no llevar el
acoso a los revoltosos hasta sus últimas consecuencias no quiere decir que no
exista acoso, y que ese acoso no tenga una influencia “saludable” en los
comportamientos sociales, porque muchas personas indignadas se tentarán cien
veces la ropa antes de meterse en líos.
“Con la Iglesia
hemos topado”, decía ya Don Quijote hace un porrón de tiempo. Entonces como ahora,
la santa inquisición con el apoyo entusiasta de alguaciles y magistrados
ayudaba a conformar una España prístina y unánime mediante el procedimiento más
acreditado para mantener silenciosas a las mayorías discrepantes.