Interpretación artística libre de
la batalla apocalíptica de Armagedón.
En el tema de la
cultura de masas, según un libro temprano de Umberto Eco, se daban las posiciones
contrapuestas de los apocalípticos y los integrados. En política ocurre igual,
con un pequeño matiz: en lugar de “integrados” es más clarificador hablar de
integradores. Antes los integradores éramos muchos más; ahora, lo cierto es que
la balanza se va inclinando hacia el lado de los apocalípticos.
Los apocalípticos
están dirigiéndose siempre a la llanura de Armagedón para la batalla final
contra las fuerzas del mal. “Antes muerto”, es su contraseña. Antes muerto que esto
o lo otro. O bien, “antes mato”. La alternativa oscila siempre entre morir y
matar; no hay término medio.
Los integradores no
vemos las cosas así. Si tenemos un problema, nos esforzamos en convivir con él.
Si una solución no funciona, procuramos encontrar otra. Eso saca de quicio a
los apocalípticos y a los apocaliptoides. «¡No os mojáis!», gritan indignados.
Y no es así. Nos
estamos mojando continuamente, por mil cosas, por diez mil. Pero no vemos en
ellas la “línea roja”, el “non plus ultra”, la divisoria de aguas definitiva. Existe
la posibilidad, casi la certeza, de que quien no está con nosotros no esté
tampoco contra nosotros. En consecuencia, no nos precipitamos a contemplar los eventos
consuetudinarios que acontecen en la rúa en clave de tragedia.
El apocalipticismo
ha invadido hoy media Cataluña, un lugar que antes ─lo dijo Jordi Pujol─ era un
oasis de la política. Enric Llorens da un ejemplo insuperable del caso, en una
entrevista de Peru Erroteta en El Triangle. Cuenta Llorens que cenaban una
noche juntos amigos de siempre, años antes de los sucesos de 2017. Comentaba
cada cual cómo se sentía afectado por el tema del procés, que por entonces aún tenía visos de novedad. Una de las
comensales les apostrofó: «¿Pero no os habéis dado cuenta de que estamos en
guerra?»
Era una
apocalíptica, marchaba ya directamente al Armagedón. Aquello no rompió
definitivamente las amistades, dice Llorens (que responde, por supuesto, al
perfil del “integrador”), pero las espació muchísimo en el tiempo, e impuso en
el trato social tabúes antes desconocidos.
El paradigma de la
posición integradora nos lo da, de la misma forma sucinta, Snoopy, el perro de
la tira cómica “Peanuts” de Charles Schulz. En una viñeta, Charlie Brown le
informa con talante claramente apocalíptico:
─Todos estamos
destinados a morir. Tú también te morirás un día.
Snoopy lo piensa.
─Bueno, un día sí
─contesta por fin─. Pero todos los demás días, no.