Monsieur Culbuto, figura del
teatro cómico francés convertida en tentetieso para disfrute de la chiquillería
en las fiestas populares.
Las bases del
Movimiento 5 Estrellas han dado su visto bueno por amplia mayoría a una
coalición con el Partido Democrático, alejando del gobierno de Italia a Mateo
Salvini, el energúmeno que pretendía devorarlo todo.
La derrota política
de Salvini no es definitiva, de acuerdo. Podría volver en tromba; Berlusconi lo
ha hecho antes. Pero Berlusconi sabía, y Salvini acaba de aprenderlo, que en
política los índices de popularidad no significan que es posible hacer con las
instituciones cualquier cosa que uno se proponga.
La gente no abdica nunca
de sus derechos políticos. Cosa distinta es el modo como los ejerce
habitualmente. La gente (disculpen la generalización; hablamos de los grandes
números, y eso siempre conlleva inexactitudes) es por lo general floja en sus
convicciones y lenta en sus reacciones. Todos los políticos parecen iguales y se
tiende a votar al más vistoso del muestrario; hasta que dejan de parecer iguales
y muchos se rebelan contra el mismo al que votaron, por las razones mismas por
las que lo votaron.
Una versión calcada
de la misma historia acaba de suceder en el Parlamento de Londres, cuando un
eufórico Boris Johnson ha sido dejado en minoría por los mismos que lo
apoyaban. Quizá quienes han actuado así estaban de acuerdo con un Brexit duro,
pero no lo están con la suspensión del Parlamento, porque el Parlamento es una
garantía para todos, tanto para los aguerridos como para los lánguidos. Rafa de
Miguel, en elpais, comenta así lo ocurrido: «El primer ministro comprobó la
fiereza con la que se revuelve un sistema parlamentario cuando ve amenazadas
sus atribuciones.»
Una tercera
variante viene ocurriendo desde hace ya algún tiempo. La declaración unilateral
de independencia de Cataluña, el simulacro de referéndum del 1-O de 2017 y la
idea adánica de que los vínculos de todo tipo con España se disolverían en el
agua sin dejar huella, ha sido otro fortísimo empellón a las instituciones de
un Estado que parecía dormido. Los impulsores de aquel disparate no contaron
con la ley del tentetieso: cuanto mayor es la fuerza que se aplica para
desestabilizar un sistema en equilibrio, tanto mayor es también la reacción
tendente a devolver las cosas a su posición original.