miércoles, 25 de septiembre de 2019

PERDIDOS SIN UNA GUÍA


Iluminaciones de viaje



Anna, nuestra guía en la Puglia. (Foto, M.A. Carreras)


Para viajar en grupo se requiere una sabiduría especial que no es innata. Se trata de una actividad cuyo know-how, como viene a ocurrir en tantos otros aspectos de la vida y del trabajo, exige un aprendizaje. Un capítulo esencial de la asignatura es el de las colas. Hay quien no las soporta, y sería preferible entonces que viajara por su cuenta. Porque en un viaje colectivo es necesario hacer cola para muchas cosas: subir y bajar del autocar, pedir la llave de la habitación del hotel, entrar en los monumentos, y otras más.

La más fastidiosa, seguramente, es la cola para mear. Mear es un recordatorio permanente ─más para los que hemos rebasado de largo el umbral de la tercera edad─ de nuestra fragilidad consustancial y de los límites insalvables que nos impone la naturaleza. Hacer cola para eso viene a ser algo contra natura, y solo es viable afrontarlo desde un entrenamiento adecuado en un espíritu comunal deportivo y solidario.

Y así se ha hecho.

Pero al margen de las colas, para viajar se precisan una infraestructura adecuada, un programa atractivo y una guía. El viajero debe estar atento a lo que explica la guía, a tiempos y pausas que no coinciden con los que uno/una desearía, a no particularizar en exceso la visión que tenemos de las cosas a fin de no perder de vista la perspectiva global en la que estas se enmarcan.

Mucha tela. Sin una guía, estás perdido.

Lo digo yo, el más indigno del grupo, porque mi vocación de escuchar es muy superior a mis capacidades altamente disminuidas para hacerlo, y porque en efecto me perdí en una ocasión, y fueron mis amigas Carmen y Gloria quienes supieron encontrarme, no yo a ellas.

Anna, nuestra guía pugliese, hizo alarde de paciencia y dedicación con el grupo, y el grupo le respondió con disciplina y con motivación. Nos enseñó muchas cosas sobre la región, su historia y sus circunstancias que sin ella nos habría costado mucho más tiempo y esfuerzo averiguar. Le rendimos un homenaje particular, en la despedida, muy merecido.

Más particular todavía, aunque menos trascendente, fue nuestro homenaje a Carlo, el maître del hotel de Bari. Todas las noches nos amenizaba los postres de la cena con canciones voceadas a capella (O sole mio, L’uomo in frac, Il mondo), y en la despedida le correspondimos con un Amics, amics per sempre més, en una actuación coral improvisada, sin apenas ensayo previo. Dijo que jamás antes le había sucedido algo así. Es una medalla que nos colgamos.

Dejo para el final de este capitulillo de agradecimientos a Estrella Pineda (para nosotros su nombre debería ser, mejor, el de Estrella Polar), que con su marido Víctor ejerce de organizadora meticulosa de todos los viajes y de este viaje. La eficiencia es una virtud tan rara que cuesta darla por descontada; pero entre nosotros, los jubilados de CCOO, sucede así.

Y que sea por mucho tiempo, Estrella.