sábado, 14 de septiembre de 2019

PASARSE DE FRENADA



La suerte de Don Tancredo. Aguafuerte de Pablo Picasso, 1957.


Por enésima vez, Cayetana Álvarez de Toledo se ha pasado de frenada en una curva peligrosa, al acusar a sus propios conmilitones de defender el foralismo y, en estricta consecuencia, ser “tibios” con el nacionalismo vasco.

Cayetana defiende con rigor de inquisidora los puntos de vista centralistas a ultranza de su patrón. Nacionalismo , como la madre, no hay más que uno, sostiene Pablo Casado; todo lo demás que se mueve por ahí es herejía, u oportunismo, o mezcla de ambas cosas.

Lo que ocurre es que Cayetana no se controla lo suficiente; es como esos tenistas que golpean la bola con rabia estimable e intención perversa, pero la envían más allá de la línea de fondo y pierden el punto.

Los peperos vascos han reaccionado mal al réspice propinado por la dama. Borja Sémper le ha respondido que “unas caminaban sobre mullidas moquetas mientras otros nos jugábamos la vida defendiendo la Constitución”.

No exagera, ETA mataba a quienes defendían la Constitución estricta, que incluye el foralismo atacado por la Voz Altanera de su Amo. Lo que defiende Cayetana no es precisamente la Constitución que tenemos, sino otra cosa.

También se ha pasado de frenada Quim Torra en un acto celebrado en Arenys de Munt, en conmemoración de los diez años de la primera consulta independentista. El Molt Honorable se ha excusado por “no haber estado a la altura” en la cuestión de la independencia. En el acto estaba presente la presidenta de la ANC Elisenda Paluzie, además de miembros del Ateneu Independentista de Arenys de Munt, y del Moviment Arenyenc per l’Autodeterminació.

No da la sensación de que se tratara de una multitud, ni de que la audiencia representara a la gran mayoría de la población arenyenca. En la consulta citada participó el 41% del censo de la población, con muy escasos controles democráticos; de modo que, si de allí surgió un mandato para los políticos, estaba lejos de tratarse de un mandato taxativo, imposible de ser ignorado.

En cualquier caso, convendremos todos en la verdad patente del tema de fondo: la gran mayoría de los catalanes, e incluso de la gente de fuera, somos de la opinión de que los políticos independentistas no han estado a la altura del objetivo que se proponían. Incluso nos parece que han estado muy por debajo. Y quien habla de la independencia ─palabras mayores─, habla también de la gestión cotidiana, de la olvidada política de las cosas.

Torra defendió la necesidad de centrarse en el objetivo de la independencia («basta de jugar con las palabras»), «sin temer las amenazas ni las consecuencias». Ahí hay otra pasada de frenada. Vale que no se teman las amenazas, pero Cataluña no funciona envasada al vacío. Cualquiera que intente hacer política para el pueblo y acepte ser responsable ante él, está obligado a tener en cuenta las consecuencias que tendrán sus actos no solo para sí mismo, sino para los demás.

Después de dos años de los sucesos de octubre, con la elite política del independentismo en prisión o en fuga, las sedes sociales y fiscales de muchas empresas principales trasladadas a puntos menos calientes de la geografía económica, y con la producción y la renta per cápita en parábola descendente, llenarse la boca con la declaración de que no hay que temer las consecuencias de una nueva intentona de asaltar los muros del estado de derecho, con menos infantería de la de hace dos años y sin munición tangible que disparar, equivale a hacer el Don Tancredo.

Para quienes no conozcan la antigua suerte del toreo de la que estoy hablando, el Don Tancredo de turno se colocaba en medio del redondel vestido de blanco y con la cara enharinada antes de que se diera suelta al morlaco. La gracia del asunto estaba en hacer la estatua y respirar apenas, para que el toro no se escamara y embistiera. Si a pesar de todo el toro embestía, el artista se llevaba, además del revolcón, los pitos y la rechifla del respetable.