sábado, 7 de septiembre de 2019

DEMOCRACIA SIN URNAS



Urna electoral transparente de metacrilato con candado.


Quim Torra y su mentor desde los cielos, Carles Puigdemont, descartan ir a elecciones por la razón de que un acto así “debilitaría las instituciones”.

Caramba, eso es nuevo.

Oriol Junqueras, en la cárcel (que sea por poco tiempo) y por esa razón in albis de los vientos que azotan las cumbres borrascosas de la antigua y baqueteada casa solariega, se ha sentido sorprendido. ¿Cómo puede ser que unas elecciones debiliten lo mismo que determinan?

Junqueras es un antiguo.

Las instituciones que resultarían socavadas, en el caso de que la ciudadanía catalana recaiga en la funesta manía de votar, serían precisamente las que encabezan los dos adláteres. Hasta ahí podíamos llegar. La gente, la buena gente, ha de entender que el derecho a decidir vale solo para engrescar el cotarro, pero no es un derecho incondicionado e ilimitado. No es válido cuando puede afectar a las cosas de comer: de comer Quim Torra y Carles Puigdemont, agraciados en su día en la rifa de una presidencia para la Generalitat, y que aspiran a eternizarse bicéfalamente en el puesto.

Lo que conviene en este momento, afirma Torra, es una huelga general. Dicho así puede parecer un delirio, pero, como oportunamente ha precisado José Luis López Bulla, se trata de algo más. No es un delirio a secas, sino un delirio húmedo: un delirium tremens.

Ya tenemos experiencia de esas huelgas. Dejan de trabajar los funcionarios en nómina de la Generalitat y los servicios dependientes de ella. La participación en la huelga no se somete al voto de los trabajadores, porque eso iría en contra de las instituciones superiores, que son las que tienen la sartén por el mango. La “huelga” circula de arriba abajo sin obstáculo, porque los botiflers que se planteen la opción del esquirolaje serán represaliados. Los piquetes de los CDR recorren las calles y ensucian las puertas de las sedes de los sindicatos. Ensuciar es lo que mejor se da a tales héroes de la desobediencia civil por un lado, y del como usted diga senyor president, por el otro lado.

El resultado es presentado ante el mundo mundial como un nuevo ejercicio heroico de democracia sin cortapisas.

Pero ahora se añade un nuevo matiz, de cierta importancia: ahora estamos hablando de una democracia sin urnas. “Poner las urnas”, como se hizo a la babalá aquel primero de octubre, ahora ya no es un síntoma de fortaleza sino de debilidad democrática.

En Catalunya.