Najat el Hachmi con Carmen
Martorell, en el entorno de la Cartuja de Sevilla.
Milagros Pérez
Oliva, una de las voces más vivas del periodismo en nuestra casa, ha
entrevistado en elpais.cat a Najat el Hachmi (1) con motivo de la publicación en
Destino de un ensayo breve (luego, dos veces bueno) que lleva por título Sempre han parlat per nosaltres, siempre
han hablado por nosotras.
Najat denuncia el llamado
“feminismo islámico” como una trampa que conduce al aislamiento y la
guetización de un colectivo, el de las mujeres de religión musulmana, en una
sociedad teóricamente abierta en la que deberían esgrimir armas muy distintas para
alcanzar la igualdad en todos los aspectos socialmente importantes.
Ocurre lo mismo con
otros particularismos. El género, la religión, la inclinación sexual, están
ocupando el espacio que ha dejado desierta la clase social debido a la
devaluación del trabajo como factor de identidad de la persona, y a la creación
del mito del final de la historia vía la pertenencia de todos a una inmensa “clase
media” atrapalotodo. “Puesto que ya somos todos/as iguales, y la lucha de
clases no tiene sentido”, vendría a decir el nuevo credo neopostliberal, “lo
novedoso y lo progresista es reivindicar la diferencia”, insistiendo en la visibilidad
de colectivos que reclaman privilegios particulares dentro de una política de uniformización
forzosa.
Por ejemplo, el hiyab, que ahora se reclama como una
seña de identidad para las feministas islamistas; algo tan simbólicamente
movilizador como un lazo amarillo en la solapa en Cataluña o un hábito de nazareno en una
procesión de viernes santo en Málaga o en Sevilla.
Es decir,
aguachirle, sinsustancia, reivindicación de una libertad inefectiva en el terreno
de lo particular, o dicho de otro modo, del “porque me da la gana” glosado por
Fernando Savater, cuando la política es, muy al contrario, el terreno de lo
colectivo y nunca de lo particular; de los derechos para todos correlativos con
unos deberes ineludibles también para todos.
Así lo ha
denunciado Mark Lilla, catedrático de la Universidad de Columbia, en un libro
necesario, El regreso liberal (Debate,
Barcelona 2018, traducción de Daniel Gascón). (2)
Esto es lo que
cuenta Najat el Hachmi a Milagros Pérez Oliva:
«Nosotras vivimos la discriminación en la propia
piel, pero el contexto en el que hemos crecido nos permitía ver como posible un
destino diferente del de nuestras madres. Ahora no solo se ponen
voluntariamente el pañuelo, el signo externo de toda esta involución, sino que
además asumen un discurso que acaba justificando y legitimando la
discriminación de las mujeres. El pañuelo es la punta del iceberg de una
estrategia para imponer la idea de que todo lo que pertenece al ámbito
religioso no se puede cuestionar.»
Najat se refiere al
ámbito religioso musulmán. Nadie piense, sin embargo, que se trata de algo privativo de una sola religión,
de una muy localizada y circunscrita concepción de lo sagrado. Los “sentimientos
incuestionables” son el caldo de cultivo en el que se cuece y germina toda la
antipolítica.
(2) Sobre la tesis
de Lilla, y otras aventuras políticas de nuestro siglo, ver Paco Rodríguez de Lecea, Identidades y
proyectos en las izquierdas del siglo XXI, en http://pasosalaizquierda.com/?p=4233