martes, 10 de septiembre de 2019

LA IDENTIDAD COMO COARTADA



Najat el Hachmi con Carmen Martorell, en el entorno de la Cartuja de Sevilla.


Milagros Pérez Oliva, una de las voces más vivas del periodismo en nuestra casa, ha entrevistado en elpais.cat a Najat el Hachmi (1) con motivo de la publicación en Destino de un ensayo breve (luego, dos veces bueno) que lleva por título Sempre han parlat per nosaltres, siempre han hablado por nosotras.

Najat denuncia el llamado “feminismo islámico” como una trampa que conduce al aislamiento y la guetización de un colectivo, el de las mujeres de religión musulmana, en una sociedad teóricamente abierta en la que deberían esgrimir armas muy distintas para alcanzar la igualdad en todos los aspectos socialmente importantes.

Ocurre lo mismo con otros particularismos. El género, la religión, la inclinación sexual, están ocupando el espacio que ha dejado desierta la clase social debido a la devaluación del trabajo como factor de identidad de la persona, y a la creación del mito del final de la historia vía la pertenencia de todos a una inmensa “clase media” atrapalotodo. “Puesto que ya somos todos/as iguales, y la lucha de clases no tiene sentido”, vendría a decir el nuevo credo neopostliberal, “lo novedoso y lo progresista es reivindicar la diferencia”, insistiendo en la visibilidad de colectivos que reclaman privilegios particulares dentro de una política de uniformización forzosa.

Por ejemplo, el hiyab, que ahora se reclama como una seña de identidad para las feministas islamistas; algo tan simbólicamente movilizador como un lazo amarillo en la solapa en Cataluña o un hábito de nazareno en una procesión de viernes santo en Málaga o en Sevilla.

Es decir, aguachirle, sinsustancia, reivindicación de una libertad inefectiva en el terreno de lo particular, o dicho de otro modo, del “porque me da la gana” glosado por Fernando Savater, cuando la política es, muy al contrario, el terreno de lo colectivo y nunca de lo particular; de los derechos para todos correlativos con unos deberes ineludibles también para todos.

Así lo ha denunciado Mark Lilla, catedrático de la Universidad de Columbia, en un libro necesario, El regreso liberal (Debate, Barcelona 2018, traducción de Daniel Gascón). (2)

Esto es lo que cuenta Najat el Hachmi a Milagros Pérez Oliva:

«Nosotras vivimos la discriminación en la propia piel, pero el contexto en el que hemos crecido nos permitía ver como posible un destino diferente del de nuestras madres. Ahora no solo se ponen voluntariamente el pañuelo, el signo externo de toda esta involución, sino que además asumen un discurso que acaba justificando y legitimando la discriminación de las mujeres. El pañuelo es la punta del iceberg de una estrategia para imponer la idea de que todo lo que pertenece al ámbito religioso no se puede cuestionar.»

Najat se refiere al ámbito religioso musulmán. Nadie piense, sin embargo, que se trata de algo privativo de una sola religión, de una muy localizada y circunscrita concepción de lo sagrado. Los “sentimientos incuestionables” son el caldo de cultivo en el que se cuece y germina toda la antipolítica.


(2) Sobre la tesis de Lilla, y otras aventuras políticas de nuestro siglo, ver Paco Rodríguez de Lecea, Identidades y proyectos en las izquierdas del siglo XXI, en http://pasosalaizquierda.com/?p=4233