Elefantes en Kenya. Imagen de
CNN.
Pedro Sánchez sigue
practicando el “balconing” político, y quizás extrae de la experiencia un
escalofrío morboso de placer. Las encuestas le respaldan, pero las encuestas
son móviles cual pluma al viento, mudan de acento y de pensier. Y la mayoría
socialista en las urnas podría, a fin de cuentas, desaparecer si resulta
en definitiva que el coñá del fondo de las botellas se había disfrazado de
noviembre para no infundir sospechas.
Viviremos, en esa
aciaga eventualidad, gobernados peligrosamente por las derechas. En Andalucía
ha saltado ya la tercera alarma consecutiva por listeria, y la gente que ama
las carnes mechadas accede así de forma gratuita, después del adoctrinamiento
preelectoral, a la intoxicación post-voto. En Madrid Central se ha vuelto a los
índices de contaminación previos a las multas, es decir a la entrañable polución de toda
la vida que Carmena nos quería sustraer. Y los paseantes en Corte se sienten
confortados por el regreso de una intoxicación por gases de tubo de escape gratuita y libre de impuestos.
Se desmontan los
mecanismos de control y de prevención de la salud pública, a cambio de bajar
los impuestos para que cada particular se patee su salud alegremente en chiringuitos
en los que un personal precarizado sirve a la selecta clientela brebajes alcohólicos
dudosos sin denominación de origen controlada. Viva la juerga.
Para impedir que migrantes
potencialmente delincuentes accedan de rositas a nuestro paraíso, Vox propone
la construcción de un muro “infranqueable” que aísle nuestros territorios
africanos.
Mientras, en el
mundo, cada año se desforesta una porción de territorio equivalente en
extensión al Reino Unido. En Zimbabwe, una sesentena de elefantes están devastando
las nuevas granjas instaladas mediante la utilización de energías limpias con
el fin de cultivar en regadío científico las plantas que la aridez circundante
impide germinar. Incluso los elefantes, pacientes por naturaleza, se rebelan a su manera contra el doble azote del
hambre y la errancia infinita.
Algún remedio ofrecen a su proliferación los cazadores
furtivos codiciosos de su marfil, que además, para que los buitres, aves carroñeras
por excelencia, no delaten sus actividades, han dado en la solución de poner
veneno en los cadáveres de los paquidermos ya desposeídos del marfil y de la
vida. Se calcula que han muerto envenenados en año y medio más de mil
ejemplares de buitre. Es una variante diferente a la de los envenenamientos por
carne mechada contaminada en curso en nuestras latitudes, pero el resultado
viene a ser parecido.
Dicho sea de
pasada, también se está intentando desde instancias oficiales poner remedio al
problema del furtivismo. Una población sobredimensionada de elefantes irritados
resulta tan inadmisible como una caza furtiva también excesiva, que no beneficia como
debería a las elites reconocidas de una sociedad desigual. Así pues, en
Botswana van a concederse más licencias oficiales para la caza a los elefantes, especie protegida pero solo hasta cierto punto.
Nuestros ricos podrán así dedicarse al turismo de safari gracias a los ahorros obtenidos
con los impuestos que nuestros gobiernos de derechas no les cobran.