domingo, 8 de septiembre de 2019

TRAVESÍA DE RETORNO



Carles Puigdemont y Marta Rovira. Captura de un vídeo difundido por la ANC. (Tomado de El País.)

Veo en la prensa diaria una imagen pretendidamente idílica de Carles Puigdemont junto a Marta Rovira. El entorno es verde: árboles, un prado. Marta se ha redondeado, resulta más mamá (se exilió en Suiza porque la familia era su primera prioridad, antes que la secretaría general de ERC que, sin embargo, sigue ostentando); Puchi sigue igual, cada vez más parecido a la caricatura de sí mismo. Los dos lucen lazo amarillo. Él señala algo, o puntúa con el dedo extendido algo que está diciendo; ella junta las manos. Los dos sonríen, pero con sonrisas desangeladas o desdibujadas por una tensión que se adivina, más que verse.

Los dos llaman a la unidad del independentismo catalán, ante la próxima Diada. Difícil. El viaje a Ítaca empezó como una jira festiva, pero cada vez se representa como un periplo más largo, más arduo, más aleatorio. Dicen en Junts per Cat que faltó valentía para culminar la independencia en las jornadas decisivas de otoño del 17; en Esquerra no lo ven así, y señalan que faltó apoyo social. Sin embargo, en aquellas fechas Puchi estaba casi decidido a convocar elecciones en lugar de hacer una declaración unilateral (faltaba apoyo social, según su criterio), y Marta le esperaba en la plaza de Sant Jaume con un cartel en el que se leía en grandes letras mayúsculas TRAÏDOR, así con diéresis (faltaba valentía, en su opinión).

Diferían los análisis pero no las conductas: los dos dejaron el país de tapadillo, y desde un exilio dorado y financiado desde el interior los dos reclaman más valentía y más apoyo social para un viaje que, dirigido teóricamente a Ítaca, ha venido a encallar sin épica en Ninguna Parte.

Las sentencias a los políticos catalanes van a marcar un nuevo “antes y después” en los meandros de este espinoso asunto. Muchos desearíamos sentencias livianas, pero desearíamos sobre todo que sirvieran para algo. Los síntomas no son buenos. Ho tornarem a fer, dicen los responsables de los distintos liderazgos, quizá convencidos de que de ese modo demuestran el plus añorado de valentía, que va a redundar también en un plus determinante de apoyo social.

No hay nada de eso. Y no lo habrá hasta que la pulsión independentista no emprenda el melancólico viaje de retorno desde la Ítaca idealizada hacia las costas reconocibles del reino de este mundo, con sus inevitables escollos peligrosos, sus remolinos, sus cíclopes, sus Escilas y sus Caribdis, que todo piloto avezado está obligado a tener en cuenta en bien de la seguridad de los pasajeros y de la tripulación.