Carles Puigdemont y Marta
Rovira. Captura de un vídeo difundido por la ANC. (Tomado de El País.)
Veo en la prensa
diaria una imagen pretendidamente idílica de Carles Puigdemont junto a Marta
Rovira. El entorno es verde: árboles, un prado. Marta se ha redondeado, resulta
más mamá (se exilió en Suiza porque la familia era su primera prioridad, antes
que la secretaría general de ERC que, sin embargo, sigue ostentando); Puchi
sigue igual, cada vez más parecido a la caricatura de sí mismo. Los dos lucen
lazo amarillo. Él señala algo, o puntúa con el dedo extendido algo que está
diciendo; ella junta las manos. Los dos sonríen, pero con sonrisas desangeladas
o desdibujadas por una tensión que se adivina, más que verse.
Los dos llaman a la
unidad del independentismo catalán, ante la próxima Diada. Difícil. El viaje a
Ítaca empezó como una jira festiva, pero cada vez se representa como un periplo más largo, más
arduo, más aleatorio. Dicen en Junts per Cat que faltó valentía para culminar
la independencia en las jornadas decisivas de otoño del 17; en Esquerra no lo
ven así, y señalan que faltó apoyo social. Sin embargo, en aquellas fechas
Puchi estaba casi decidido a convocar elecciones en lugar de hacer una
declaración unilateral (faltaba apoyo social, según su criterio), y Marta le
esperaba en la plaza de Sant Jaume con un cartel en el que se leía en grandes
letras mayúsculas TRAÏDOR, así con diéresis (faltaba valentía, en su opinión).
Diferían los
análisis pero no las conductas: los dos dejaron el país de tapadillo, y desde
un exilio dorado y financiado desde el interior los dos reclaman más valentía y
más apoyo social para un viaje que, dirigido teóricamente a Ítaca, ha venido a encallar
sin épica en Ninguna Parte.
Las sentencias a
los políticos catalanes van a marcar un nuevo “antes y después” en los meandros
de este espinoso asunto. Muchos desearíamos sentencias livianas, pero
desearíamos sobre todo que sirvieran para algo. Los síntomas no son buenos. Ho tornarem a fer, dicen los
responsables de los distintos liderazgos, quizá convencidos de que de ese modo
demuestran el plus añorado de valentía, que va a redundar también en un plus determinante
de apoyo social.
No hay nada de eso.
Y no lo habrá hasta que la pulsión independentista no emprenda el melancólico
viaje de retorno desde la Ítaca idealizada hacia las costas reconocibles del
reino de este mundo, con sus inevitables escollos peligrosos, sus remolinos,
sus cíclopes, sus Escilas y sus Caribdis, que todo piloto avezado está obligado
a tener en cuenta en bien de la seguridad de los pasajeros y de la tripulación.