Amuleto griego contra el mal de
ojo.
No es que Pedro
Sánchez no quiera gobernar. Quiere hacerlo desde el centro. Quiere hacerlo
solo.
Tiene en mente un
modelo para armar, pero las piezas no le encajan. Unidas Podemos no puede estar
en el gobierno, porque asusta. Los trabajadores saldrán beneficiados siempre
que los patronos no se vean perjudicados. No es deseable adoptar decisiones
traumáticas, de modo que es posible que la reforma laboral no se derogue a fin
de cuentas, y que los restos mortales de Franco y Queipo de Llano permanezcan en
donde están, provisionalmente y a la espera de que en un futuro sin concretar
la autoridad competente disponga otra cosa.
Se irá a nuevas
elecciones en noviembre, con un programa de 370 medidas progresistas de
gobierno. Hay un problema en los números, lo que deseamos desde el electorado
no son “370” medidas, sino “1” gobierno progresista.
Y no deseamos
nuevas elecciones en noviembre. Así de raros somos nosotros, el electorado.
Alguien nos ha
echado la jettatura, el mal de ojo. No
se da con la tecla. Cuando pitos flautas, cuando flautas pitos. Las derechas
aguardan esperanzadas, Alberto Rivera habla ya de una segunda oportunidad. Pablo
Casado convoca a sumar en la casa común. Para ellos se abre una ventana; para
una mayoría numéricamente nutrida pero muy movediza e inestable, podría
cerrarse de forma estruendosa.
PSOE y PP añoran el
bipartidismo convencional, la época de las mayorías sólidas y los gobiernos
estables, la domesticidad del electorado y la retórica del cambio que no impide
que todo siga más o menos igual: la dirección económica desde la gran banca, el
imperio del PIB como artículo de fe, la austeridad para unos y el despilfarro
para otros como discurso del método, el poder judicial alineado según cuotas,
el “liberalismo” profundo y la fragmentación en el interior de las empresas, la
concertación privadopública en la sanidad y en la enseñanza, la precariedad
como signo del mercado de trabajo y la subida ritual de sueldos a los ediles al
constituirse cada nuevo consistorio así de derechas como de izquierdas.
Los votantes
deseábamos otra cosa, los números lo dicen de forma explícita. Será un fracaso
desembocar en nuevos comicios sin haberlo siquiera intentado. El adormecimiento
social no es una solución, y además, es inviable en un escenario de sufrimiento
agudo de las capas más débiles de la población.
Tampoco serviría de
nada la resignación cristiana; es decir, la aceptación mansa de la jettatura que nos están echando desde
sus lobbys determinados brujos a
partir de la premisa de que no hay más que una política posible en España, de
que no hay alternativa. TINA, There Is No
Alternative.