Iluminaciones de viaje
Signos del zodíaco y trabajos del campo en el mosaico del pavimento de la catedral de Otranto, siglo XII.
Es el momento de
recordar el resumen sintético del viaje a la Puglia que escribí anteayer en estas
páginas: una historia terrible, bellamente contada. En próximos artículos
pienso detallar algunas de las bellezas visitadas; ahora toca dejar constancia
de la otra cara de la moneda.
Dicen que los
pueblos felices no tienen historia; los pueblos del Mezzogiorno, en cambio, se
han visto afligidos por demasiada historia. El sur de la península itálica
ocupa el centro geográfico del mundo mediterráneo, que en la antigüedad era
prácticamente "todo" el mundo, el ecumene o conjunto de las tierras conocidas. La punta del tacón, el Salento, se proyecta como
una cabeza de puente del occidente hacia el oriente, o, a la inversa, como un
pasillo invitador desde el que acceder desde el oriente hacia el occidente.
Griegos, romanos,
bizantinos, normandos, teutones, aragoneses, angevinos, otomanos: la lista de ocupantes
y/o invasores es larga; las huellas históricas, numerosas. Cristo se detuvo en
Éboli, según dejó constancia Carlo Levi; pero fue casi el único. Otros muchos pasaron
más allá.
En particular, aquí
han gravitado pesadamente durante siglos los dos grandes poderes fácticos de este
mundo: el poder político del Estado absoluto, con su aparato militar y
represivo; y el poder sagrado de la Iglesia, con su mensaje trascendente y su
escenografía persuasiva. En Puglia se da una de las mayores aglomeraciones
mundiales de catedrales y de castellos
por kilómetro cuadrado. El jefe político y el jefe religioso convivían a
escasos metros de distancia en los centros históricos de las ciudades; y
siguiendo los meandros oscuros de las dos políticas, en unas coyunturas había
entre ellos connivencia y en otras confrontación; pero siempre su relación
estaba condicionada por una rivalidad latente mal disimulada.
Unos y otros han
dejado su huella en un paisaje amable, que resigue la costa del Adriático y se
adentra en colinas soleadas idóneas para los cultivos mediterráneos: trigo,
vid, olivo. La huella del fascismo, por ejemplo, sigue presente aquí sin
recatarse demasiado, en monumentos (a los caídos “romanamente” por la patria,
por ejemplo) y en instituciones como la prisión de Turi, cerca de Bari, que
tuvo el desmesurado honor de tener encerrados entre sus muros a Antonio Gramsci
y a Sandro Pertini. En Aliano, pueblo perdido en mitad de ninguna parte de la
Basilicata, vivió algunos años desterrado por el régimen fascista el turinés Carlo
Levi, que lo convirtió en su patria espiritual y en la gleba donde reposar sus
huesos por la eternidad.
Tanta historia, y tan
terrible, ha dejado en contrapartida un poso cultural de un valor incalculable.
Puglia tiene también una presencia privilegiada en el patrimonio mundial de la
Unesco. Las formas de vida de otras épocas, así de las clases dominantes como
de las subalternas, se combinan y se superponen en su geografía como en un gran
palimpsesto.
Hoy es además un
destino turístico de primer orden, por la calidad y por los contrastes sorprendentes
de lo que puede ofrecer. Sigan el ejemplo de Isa, sirena forastera de nuestra
expedición, y acudan a la Puglia para zambullirse con decisión en su historia y
en las aguas azules y transparentes del Adriático.